REGIONAL
Montemorelos es más que sus naranjas
Tradicionales restaurantes de más de medio siglo conviven con las nuevas propuestas culinarias en este municipio de Nuevo León.
Redacción Cecilia Vázquez, guía Alejandra Cantú Bazán, Fotos Martha I. Dávalos.
He escuchado hablar de Montemorelos desde hace aproximadamente una década, tiempo que tengo de conocer a la señorita Alejandra Cantú Bazán, orgullosa nativa de la llamada “capital naranjera”. He probado los frutos cítricos de esa tierra y he conocido a diferentes montemorelenses, pero nunca había recorrido la hora de distancia que separan a esa ciudad de Monterrey hasta diciembre del año pasado.
Con motivo de este artículo, invité a la señorita Cantú como guía turística de su rancho – así le dicen de cariño, asegura. Nos tocó un soleado y caluroso día de invierno, lo que hizo que se viera especialmente extraño el desfile de carros navideños que pasamos en el camino por Allende. También en el trayecto vimos el cerro del indio, apodo que toma una parte de la montaña en forma de hombre dormido con un penacho. Esto lo ven de su lado derecho. Pero de ambos lados de la carretera, obviamente, hay huertos y puestos de naranjas. os hay también ya en la ciudad de Montemorelos, pero por si no tomaron suficiente jugo en su visita, pueden adquirirse los cítricos de regreso sin problema. n el carro hay que sintonizar la radio naranjera en la 100.9 F ó 950 para encajar.
Por el camino se pasa además la región del Blanquillo, uno de los ríos del municipio, donde se vende carne seca por todos lados. Hay para escoger, entre otros, de La Fortuna, La Selecta o El Gran Principal, que es también un reconocido restaurante de cortes, comida tradicional y machacado. Otro grande es El Gran Pariente, a la entrada de Montemorelos y justo al lado de su tocayo, El Pariente “el sazón del norte”. Nos detuvimos al almuerzo en el segundo, que difiere del primero por su ambiente un poco más relajado. Esto sin embargo no quita que el establecimiento sea enorme, con decenas de mesas adentro y un servicio muy atento, aunque quizás se deba también a que fuimos en una hora de poca clientela. Otras noches, según la señorita Cantú y otros montemorelenses, hay que esperar para poder sentarse.
Aquí probamos frijoles charros, que vienen en una ollita blanca con asa, tacos de barbacoa y asado, gorditas, quesadillas con carne asada y huevos norteños con frijoles y tortillas de harina. Un litro de jugo de naranja alcanza para tres vasos y al final te regalan pequeñas glorias. Pagamos 300 pesos por tres personas y estuvimos satisfechas por un buen rato. Valdemar Ramírez, uno de los trabajadores de las oficinas del restaurante, dijo que el lugar fue fundado hace 25 años y que comenzó con una familia de Allende como negocio de tacos de arrachera. Luego incluyeron las gorditas, platillos mexicanos y demás.
“Todo ha sido en puras etapas y necesidades”, contó Ramírez, “(el restaurante) empezó como un toldo con ocho mesas, luego se requirieron otras poquitas y así se ha ido de poco a poco”. Afirmó que lo que más venden son las gorditas pero que “la arrachera es la que manda”. Los sazonadores del lugar son parte del negocio, una empresa hermana, y la gente los lleva para usar en carnes, aves, mariscos, guisos, barbacoas, etcétera.
No hubo oportunidad de visitar el otro Pariente, pero según nuestra guía, ahí de entrada te llevan a la mesa una enorme tortilla de harina tostada, con gorditas de manteca arriba, totopos, frijoles con veneno, guacamole y hasta queso flameado. Pero eso no me consta.
En la capital
Para el 2010 Montemorelos contaba con casi 60 mil habitantes, ya no un pueblo pero tampoco una gran metrópoli. Por lo que tal vez algunos de sus habitantes, como la señorita Cantú, se sienten con la libertad de quitarse el cinturón de seguridad una vez dentro del municipio. “¿Qué te puede pasar?”, preguntó Cantú. Efectivamente los carros pasan despacio por entre las calles del centro pero hay suficiente tráfico como para tener que esperar antes de cruzar de una banqueta a otra.
Camino al centro pasamos Los Pinos, un antiguo restaurante que se encuentra al lado de unos tacos donde también, sorpresa, venden jugo de naranja. Está además el hospital apodado “la Carlota” dentro del campus de la Universidad de Montemorelos. Aquí, aparentemente, venden comida internacional por los estudiantes extranjeros que llegan a estudiar ahí. Es como “un pueblo adentro del pueblo”, simplificó la señorita Cantú.
Conviven también una pequeña Coca-Cola, un Best Western, una iglesia adventista y Don Despensa, de los primeros supermercados que llegaron antes de Soriana y demás. Por el área se encuentran los famosos Jugos Gonzáles que, además de bebidas cítricas, venden unas papas a la francesa con queso, aguacate, jamón, champiñones y carne. El puesto de tacos Lupita, frente a una ferretería y antes del parque de beisbol Almazán (actualmente en remodelación), goza igualmente de popularidad.
Para llegar al centro se pasa primero la rotonda del tiempo, que es ocupada por un enorme reloj solar, y luego otra rotonda, ésta con una estatua de José María Morelos sentado viendo al municipio que lleva su nombre… al menos en parte. Las campanas indicaron que era la 1:00 de la tarde, por lo que ya habían cerrado los tacos de “la hamaca”, realmente llamados los No. 1. Son mañaneros y sus tortillas están recién hechas en el mismo local pero al lado, en la tortillería que comparte su nombre.
Llegamos cuando estaban lavando los molcajetes y el picor de garganta hacía difícil hablar, pero aún así conocimos a la señora María Guadalupe Rodríguez. Sus suegros, nos contó, iniciaron la No. 1 hace 45 años en esa misma calle, Escobedo. Venden tortillas de maíz desde las 6:30 hasta las 2:00 de la tarde. “La hamaca” es el apodo del cuñado de la señora Rodríguez, mismo que fue dado a los tacos. Estos tienen unos 20 años y son de carne asada y barbacoa, pero a esa hora se habían terminado.
Frente a la No. 1 se encuentra Cano Café y Bistro, un restaurante que abrió el año pasado y de los primeros en Montemorelos en ofrecer algo diferente en un panorama donde predominan los tacos, hamburguesas, pollo asado y mariscos.
Mario Rey uno de los dos chefs, se sentó con nosotras en el patio del lugar, perfecto para el brunch o para cualquier comida en buen clima. Se encuentra al fondo de la antigua casa de sillar y también tiene una mesa para grupos más grandes. El chef se unió al restaurante desde mayo del 2015. Es originario de Montemorelos pero estudió en Monterrey, para luego trabajar en el reconocido La Leche, de Puerto Vallarta, y experimentar con la cocina francesa en Cancún.
“Tratamos que la gente no salga hasta Monterrey teniendo un restaurante de calidad y buen gusto en Montemorelos”, afirmó Mario, “(que sepan) que tienen otra opción aquí cerca y que comen algo bueno”. En Cano sirven ensaladas, pastas y comida mexicana. Una de sus especialidades es el salmón a la parrilla con aceite de ajo y orégano en salsa de mole de jamaica, el lenguado y el rib eye.
Las de siempre
De los restaurantes más nuevos de Montemorelos pasamos a quizás uno de los más antiguos, el Café América, en Zaragoza, entre 5 de Mayo y Degollado. Aquí nos recibió la señora Alicia Pérez Sánchez, o Lichita, quien a sus 85 años continúa atendiendo el lugar, aunque batalla un poco para caminar. “Todo por servir se acaba”, dijo riendo. Doña Lichita reconoció a nuestra guía, la señorita Cantú, porque cómo no va a conocer a todo el que entre ahí. El Café seguramente ha visto mejores días, pero sigue de pie con sus cinco mesas de madera y plástico y sus murales descarapelados al fondo. En el fogón de la cocina continúan preparando asado de puerco, carne ranchera (cortadillo de res) y café hervido o “de greña”. Según doña Lichita el restaurante abrió en 1950 en la calle América, “por donde pasa el tren”. El dueño iba para Estados Unidos con su esposa pero se le acabó el dinero y se puso a trabajar en las vías. Entonces, a petición de sus compañeros, le preguntó a la mujer si podría hacerles de comer, y fue como empezó todo.
El Café América se mudó de local pero para 1986 Lichita, quien ya se había unido, cerró el turno de noche y siguió sirviendo sólo de día. Cuando renovaron el centro histórico de Montemorelos el restaurante perdió la mitad de su letrero exterior pero continuó abierto. Aquí comían los piscadores de la región en el “auge de la naranja”, como le dice la señora, época en que vendían varios cabritos al día. “Pero eso se acabó ya”.
Recientemente el restaurante fue ocupado por mítines políticos, según nos contaron otros trabajadores. Por su parte Lichita nos llevó hasta el patio a ver sus matas de chile de monte o piquín, su árbol de naranjas, las llamadas “nahuas húngaras” de un intenso color morado, albahaca, lengua de suegra y un cazo con yerbabuena que le dieron en pago unos húngaros que pasaron por ahí. Nuestro viaje exprés nos impidió seguir platicando con Lichita, por lo que nos dirigimos a la conocida panadería El Gallo, con 70 años de antigüedad. La encontramos cerrada y una señora, quien resultó ser la dueña, nos informó afuera que de un tiempo acá sólo abren los fines de semana.
Fuimos a la parada final y obligada, La Ponderosa, restaurante, salón de eventos y panadería. “Quien viene a Montemorelos tiene que venir a La Ponderosa”, afirmó la señora Margarita de la Garza, esposa de Gilberto Ramos. Los padres del señor Ramos iniciaron el negocio hace 50 años con un supermercado que luego se transformó en lo que es ahora.
Aquí preparan comida mexicana, banquetes, cabrito, fritada, asado de puerco, chiles rellenos, “lo que el cliente pida”, aseguró Margarita. La panadería, al lado, inició con hornos de leña pero tuvo que modernizarse por la demanda. Hacen pan dulce, blanco, pasteles, repostería, de todo un poco. La Ponderosa es el punto de reunión de la sociedad montemorelense. Grupos de señoras y señores se reúnen a la hora del desayuno, comida y café para disfrutar los productos recién hechos y ser consentidos con sus platillos favoritos. Hace poco, la hija de Margarita y Gilberto, Lucía, volvió convertida en chef al restaurante para introducir platillos gourmet al menú, pero al parecer el lugar ya gozaba de fama y es “el” salón donde todos se quieren festejar. Aquí nos despedimos de Montemorelos - y de los papás de la señorita Cantú Bazán. La experiencia en general nos dio muestra de una ciudad cuyo auge naranjero pudo haber pasado, pero que comienza lentamente a tener nuevas propuestas gastronómicas, sin olvidar la tradición en la que aún se nutren sus habitantes.
Allende y sus comadres
Entre la famosa carne con chile de Las Comadres, los empalmes del tradicional Capri y el pan de La Fragua, Allende es un auténtico recorrido por la comida tradicional norestense.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Martha I. Dávalos, Transporte Arely Valdez.
Mientras las comadres te sirven tortilla tras tortilla para comer carne con chile recién hecha, el teléfono no deja de sonar. La Chiva, como le dicen, es quien generalmente contesta. “¿Cuántos vienen?”, la oímos preguntar de este lado de la línea, “pos te estoy diciendo, junta tu pinche raza. Ándele pues, ahorita me vuelves a hablar”. Dolores, la otra comadre, comenta que su hermana siempre les hace pasar vergüenzas, a lo que obtiene de respuesta “¿Pos yo cómo le voy a decir? Ni traigo su panza ni traigo su tiempo, ¿o no es cierto?”.
Las Comadres de Allende abrieron el 5 de septiembre de 1980. Su pequeña cabaña blanca, donde caben dos mesas pegadas junto a la estufa, ya recibía clientes desde entonces. Pero con su presencia en redes sociales, la afluencia de comensales ha aumentado desde hace un par de años. En Facebook han hecho memes con sus frases adornadas de su clásico “Favor de no estar chingado”, entre otras palabras. Aunque es sobre todo la Chiva a quien se le escucha decir más cosas. “¿Cuántos?”, vuelve a preguntar por teléfono, “nomás no vayas a llegar después porque no te voy a dar de tragar (silencio). A que no (silencio). Ándale, cálame pa’ que veas, cabrón, que te quedas sin comer”. Cuelga.
Dolores y la Chiva son hermanas, “por desgracia, nomás una vez”, explica la primera. Las ayuda con las mesas un sobrino al que llaman su tío, porque se parece a un pariente de ellas. Dicen que su comida sabe rica porque “se cocina al estilo Walter Mercado: con mucho amor”, bromea Dolores. “Lo que hagas, así sea para barrendero, necesitas que te guste barrer”, continúa la mujer mientras lava platos, “agarrar la escoba, voltear y ver cómo vas barriendo, que digas ‘qué bonito me quedó’. Pero eso de barrer porque te van a pagar no tiene sentido”.
Las hermanas, originarias de Uruapan, aprendieron a cocinar con su mamá, en casa. Se fueron de aquella ciudad de Michoacán, “por lo que muchos se van a otras partes”, explica Dolores. “Mi marido se vino a trabajar aquí, yo me vine a acompañarlo. Un buen día tuvo un accidente y falleció. Yo no sabía trabajar, no estaba acostumbrada a esto. Pero, ¿Quién iba a mantener a mis dos hijos?, estaban chiquitos. Tenían 6 y 7 años. No se crea que es porque sea trabajadora. Cuando me quedé sola se vino ella (la Chiva) a cuidar a mis hijos y yo me puse a trabajar”.
Ahora sus hijos están casados, incluso un nieto, pero Dolores asegura que no quiere que la mantengan porque le gusta conocer y ver gente. “Quieras que no, te vas acostumbrando”, comenta, “ahorita ya no tengo mucha necesidad pero es difícil dejarlo”.
Al centro de la mesa te sirven dos cazuelas: una con frijoles y otra de chile con carne, ambas humeantes, y tres pequeños platos blancos, uno con aguacate, otro con queso fresco y uno más con cebolla sazonada con limón y chile. Además te van poniendo sobre las cazuelas enormes tortillas recién salidas del comal. Puedes pedir la carne con o sin chile, pero eso sí, si te ven que te suenas la nariz y no aguantas el picor, te dicen que saliste “niña”.
También puedes salir regañado por comer “pura masa”, aunque las comadres pueden ser comprensivas. “Tú sabes que en Monterrey tortillas así no hay”, le dice Dolores a la Chiva. Aseguran que algunas personas hasta se las llevan escondidas en las bolsas de lo ricas que están. “Esa ya me la sé”, afirma Dolores.
“Esto se fue dando poquito a poco”, platica dicha comadre, “era un negocito que tenía nada más, ¿Qué sería?, tres cajas de refrescos. Parece que había cinco cajas de cerveza, nada más, y una estufa así toda por sin ningún rumbo. Prácticamente aquí era una cantina, no tenía chiste, la atendían puros señores. Estaba lleno de zacate. Después venían los señores a lavar sus carros, había muchos niños aquí lavando. Los señores se tomaban una cerveza, unos cacahuates, y empezamos a cocinar comida para nosotras. A veces les decíamos si gustaban un taquito. Les llevaba un taquito en lo que acaban de lavar sus carros”, platica.
Las hermanas inicialmente preparaban arrachera, t-bone, milanesa, enchiladas, tacos, sopes, tostadas. Pero se quedó la carne con chile. “Sabemos cocinar otras cosas pero la gente no quiere eso”, menciona Dolores.
Sirven la antepenúltima mesa a las 5 de la tarde y luego se preparan su almuerzo. A veces no tienen tiempo de desayunar, por lo que comen de pie un pan con café, nada más. Pero eso sí, enero y febrero son vacaciones. “Abrimos del 1 de marzo al 31 de diciembre porque gracias a Dios tenemos papá y mamá”, continúa la comadre más platicadora, “y los vamos a ver. Nos vamos un mes y otro mes estoy con mis hijos. Es la razón por la que cerramos, mis hijos están lejos”.
“¿Cuántos son?”, pregunta por tercera vez la Chiva, esta vez en persona, “¿Hablaron? ¿Ah, son imprevistos, canijos? Ahorita los acomodo en una mesa”. Un grupo de jóvenes se acerca a la puerta de las comadres y comienza a hacerles plática, por lo que es tiempo de dejarlas. Dolores se dirige a nosotras: “No soy grosera, pero aquí es andando y caminando”. Pagamos 390 pesos por tres personas y nos retiramos. Afuera había aún un par de mesas con comensales. Unos niños jugaban en las piedras del río Ramos, rodeado de enormes sabinos. Las comadres siguieron cocinando.
De este lado del camino
Pudiera decirse que la carretera divide a Allende en dos: el lado de los comercios y el residencial. En el primero se encuentran dos plazas. La principal, la de la iglesia, es punto de reunión para boleadores y para conductores que pasean por el municipio. En dicha plaza se encuentran dos paleterías La Fuente, negocio que tiene más de 20 años de dar servicio, y la panadería Leal Perales, que es también una tradicional tienda de abarrotes. Hay además cantidad de servicars y servilitros, tiendas de pollo rostizado y un mercado techado, el San Benito, donde se venden chiles secos y especies, hojas para tamal, productos de limpieza, medicamentos, fertilizantes, jardinería, entre otros. El restaurante Las Kazuelas también es un reconocido establecimiento en Allende, aunque está localizado del otro lado de la carretera.
Cerca del Palacio Municipal, en la calle Venustiano Carranza, entre Juárez y Lerdo de Tejada, se encuentra el Capri, que fue inaugurado hace 40 años. Samuel Alanís, hijo del fundador, platica que su padre comenzó con el asado de puerco y guisado de res, y se fue expandiendo en el mismo local donde siempre han estado. Venden carne frita y machacado hecho ahí mismo, pero la gente va sobre todo por los empalmes, que son de asado, carne frita, machacado con huevo, chicharrón, queso en salsa y deshebrada.
Abren todos los días de 7:00 a 20:00, pero reciben más comensales generalmente a la hora del almuerzo y la comida. Su pastel de elote no lleva harina y es de la marca local Snacks & Fruits. Te lo sirven caliente para sacar mejor el sabor, igual que las empanadas de cajeta. Lo puedes acompañar con café de olla o americano. Si quieres seguirle con el postre, La Fragua es una de las panaderías más reconocidas de Allende. Everardo Salazar, hijo de los dueños, asegura que su clientela los fines de semana se compone en un 60 ó 70 por ciento por gente de Monterrey que va a ranchos o quintas. Tienen un par de mesas por si quieres tomarte un café, que es gratis con el consumo de sus productos, y charolas blancas para servirte empanadas de cajeta y calabaza, strudels, margaritas, polvorones, marranitos, rollos de cajeta, galletas y más. Venden pasteles de fiesta y hasta pizza.
El lugar inició en diciembre de 1994, hace 21 años, como panadería y pastelería, y al poco tiempo abrió también un salón para hacer banquetes en eventos sociales. Salazar asegura que lo más vendido es la empanada de calabaza, que “es una receta de mi abuela”, continúa, “se hacen a mano, se cocen en comal de acero. Las calabazas se compran aquí mismo en la región, por lo regular en Villa de Santiago, los Cavazos, Montemorelos, se coce lo que se llama la calabaza en tacha”. La Fragua lleva su nombre por los fogones donde se moldea el fierro. Comenzó con la madre de Everardo, María Antonieta, quien hacía repostería en casa. Un tío de la señora, originario de Montemorelos pero que residía en California, le donó todas sus herramientas antes de cerrar su propia panadería en Estados Unidos.
Así, el señor Salazar se trajo un camión de batidoras, cocedores y demás, aunque “no sabíamos nada de panadería, es la realidad”, platica Everardo, “sabía mi mamá de repostería y pasteles, pero no pan artesanal”. Para llevar a cabo su meta, contrataron a un panadero retirado, quien falleció hace años, mismo que llevó sus recetas tradicionales y que fueron mejoradas con ingredientes de mayor calidad por María Antonieta.
“Nos dijo el panadero ‘No sé leer ni escribir, toda la vida hice pan sin recetas’”, comenta Everardo, a lo que su madre contestó “Usted véngase y aquí vemos cómo le hacemos”. Más de dos décadas después, La Fragua sigue sirviendo a sus clientes en Allende, municipio donde no faltan lugares para comer rico.
La plaza de Santiago
El denominado Pueblo Mágico ya no se ve tan lejos, sobre todo cuando se piensa en los deliciosos platillos de sus restaurantes que atraen comensales de todos lados.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Martha I. Dávalos.
La lucha por la plaza de Santiago es una pacífica y que se disfruta cada día, porque los restaurantes que ahí se encuentran no le piden nada a los del vecino Monterrey. Uno de los más concurridos es La Casa de la Abuela, dividida en dos establecimientos, separados solamente por la Casa de la Cultura. Se encuentran sobre la calle Morelos, que se convierte en Zaragoza justo en el restaurante de la esquina. Este tiene terraza y es de ambiente más tradicional, ahí se vende la panadería y repostería, además del menú regular. El otro local, que da hacia la fachada de la Iglesia, es un poco más moderno. Aquí hay un patio con fuente, y también tienen la paletería y nevería.
Dicho espacio, además, forma parte de la primera casa de Santiago, como se puede leer en una placa. En la misma se indica que la construcción comenzó en 1753 y que tuvo varios usos, entre otros, ser el hogar del cura y el cuartel de la emperatriz Carlota. Pero volviendo a la comida. Ese día probamos los huevos rancheros, que van estrellados o revueltos sobre dos tostadas doraditas y con salsa molcajeteada o salsa de chorizo. El jugo sabe realmente a naranja, y el pan de elote a elote.
Para el almuerzo además hay chilaquiles, machacado y huevo, que puedes pedir con los mismos guisos que los tacos, empanadas, gorditas o sopes: de asado, cochinita pibil, barbacoa, chicharrón, deshebrada, nopales, acelgas o champiñones con queso, entre otros. Los platillos los sirven en media orden o completa, y varían entre 45 y 80 pesos. Los domingos también sirven menudo a la hora de la comida.
Los turcos y su famoso pastel de elote cuestan 15 pesos cada uno, pero también hay brownies (24 pesos) y pasteles o pays enteros de tres leches, zanahoria, manzana y estilo New York, entre 275 y 315 pesos. En medio del restaurante (del que no tiene paletería) hay un gabinete con pan recién hecho. Igual a la entrada hay cajitas para llevar con empanadas, galletas y demás.
María del Carmen Ochoa es “la abuela”, aunque no tiene nada de la típica señora de la tercera edad que uno se imaginaría, estilo película mexicana en blanco y negro. La mujer, quien fundó el negocio hace casi 12 años, se ve elegante y conservada, aunque efectivamente sí tiene nietas.
Su restaurante realmente empezó como pastelería y repostería “de antaño”, según María del Carmen, quien aún funge como repostera y cocinera, sobre todo los fines de semana, cuando tienen más gente.
“En mi casa desde chica a nosotros nos acostumbraron a estar en la cocina”, recuerda, “a participar, mi mamá nos enseñaba. Luego fui sacando las recetas de ella e inicié el negocio. Siempre he hecho esto. Antes de hobbie y ahora así”.
Ochoa es originaria de Cadereyta aunque vive en Santiago desde hace tiempo. La Casa de la Abuela estaba en la calle Juárez, y al año se mudaron a la de Morelos, para tiempo después abrir el segundo local. Los platillos para el diario se introdujeron a petición de sus mismos comensales.
“Lo salado es porque a veces venían los clientes y nosotros, en lo que se estaba horneando el pan o las galletas, estábamos comiendo o almorzando. Llegaban y decían ‘ay abuela, qué rico huele, véndame un taquito, hágame unos huevitos’. Todas las recetas son de mi familia, de mi mamá, mis tías, vienen desde la abuela y bisabuela”, platica María del Carmen.
La abuela también asegura que no hay un producto favorito, “no es por nada, pero todo lo que aquí se hace se vende”, aunque admite que el pan de elote “hace furor”. “Nuestras recetas no llevan conservadores, son cien por ciento naturales”, asegura, no nos dura aquí, todo es nuevo. A veces los fines de semana vienes y encargas y luego llegas a recoger porque no nos damos abasto”.
Junto con ella trabajan su hija y otras jóvenes de Santiago, algunas de las cuales son estudiantes y a quienes apoyan para continuar en la escuela. María del Carmen presume que incluso una de ellas, quien entró para “ayudar en las paletas”, ahora es abogada y sigue yendo los fines de semana. El restaurante abre de lunes a domingo y es visitado por estudiantinas en ocasiones, igual que otros establecimientos. Los fines cierran a las 20:30 y entre semana “se supone” que a las 19:00, bromea la abuela, pues dice que los comensales se van a veces hasta una o dos horas después y “habiendo gente, aquí estamos”.
Cabrito, asado y chile
Otro lugar de comida mexicana es La Chalupa, al lado de Mia Italia, también en la plaza. Ofrecen chilaquiles con salsa casera, discada y unos que llaman empalmes, que son una especie de sándwiches de guiso con dos tortillas arriba y dos abajo. Es un restaurante pintoresco, con tema de lotería, y también sirven alcohol. Pero el que muchos consideran como sinónimo de ir a Santiago es Las Palomas, además hotel y spa. Según Luis Antonio Patlán, gerente de alimentos y bebidas, tienen registros de que el restaurante ha estado ahí cerca de 50 años y lleva su nombre por las aves que se acercaban desde la iglesia a comer.
A pesar de su larga trayectoria, el local continúa siendo de los preferidos por visitantes del área metropolitana y el resto del estado. Según Patlán, los domingos, su día más ocupado, reciben entre 1,500 y 2,400 comensales. La hora pico es entre 11:00 y 18:00 horas, cuando pueden tener una lista de espera de hasta cien personas, con todo y que el restaurante tiene capacidad para 435 en sus diferentes áreas de comedor.
Por lo mismo, se han actualizado y ahora usan beepers que entregan a los clientes y que vibran a la hora de que su mesta está lista. También agregaron un menú internacional en los salones de eventos.
Patlán, quien comenzó como mesero hace 14 años, dice que los platillos favoritos son el asado de puerco, el chile relleno, los cortes de res y el cabrito, aunque también sirven antojitos como enchiladas suizas, tacos de frijol con asado, y demás.
El gerente describe la comida como “local y norestense”, en la que cada plato se prepara de forma tradicional, por ejemplo el chile relleno. “La diferencia es que el tradicional va con carne de res macheteada, no con picadillo”, asegura, “la receta casera, con ingredientes frescos, se guisa con carne de res hervida, y se machetea, se pica, como deshebrada. Después de eso viene un guiso con esa carne, poco de papa, poco de pimiento y especias. Después se lamprea o capea”.
“El asado también es tradicional el proceso”, continúa, “nosotros usamos la receta desde hace 50 años, la cocina no ha cambiado nada en cuanto a preparación e ingredientes”.
Patlán opina que ese es el motivo por el que sigue yendo la gente, por las recetas de los cocineros de Santiago. “Hay personas que tienen trabajando 20, 30 años, que traen las recetas en la mente. Ellos se hicieron, no de estudio, sino de práctica, son cocineros de 60, 70 años, no se basan en gramajes, lo traen en su mano”, comenta. Para él, la cocina de Monterrey es de respetarse, aunque “les falta el feeling de lo casero”, menciona, porque “el toque lo tiene la gente local”.
Los italianos
Pero no todo es comida mexicana en Santiago, también hay un par de restaurantes italianos que acaparan comensales. La Mistura Bistro es un lugar bohemio y acogedor, que sirve pizzas y paninis acompañados de vino. Mia Italia es de ambiente un poco más formal, aunque la terraza es preferible si quieres algo casual y ver a la gente en la plaza. En este lugar pedimos dos pastas clásicas, la carbonara y la arrabiata, de 140 y 130 pesos respectivamente. Antes llegó de cortesía la focaccia, que sirven un poco crujiente, y luego rápidamente la comida. Tienen todas las pastas tradicionales, pero la que llaman Mia (155 pesos) lleva crema, hongos mixtos, panceta y parmesano. Puedes además optar por un risotto o sus pizzas en horno de leña. La de la casa (190 pesos) tiene arugula, jamón serrano, tomate deshidratado, champiñón y aceitunas negras. Entre sus platos fuertes incluyen filetes de res, pollo, pescado y rib eye como el mare y monti (335 pesos), que tiene camarones a las finas hierbas montados sobre dicho corte hecho al carbón.
En su horno preparan además un lechón (355 pesos) con papas al romero y acompañado de pasta. Quizás fue porque acudimos entre semana, pero el servicio fue excelente y, como ya habíamos hecho hambre otra vez, la comida nos supo más que bien.
Los Ramones
Por alguna razón, el pollo frito o asado es el favorito de este municipio, que se sostiene con comensales de fines de semana y las ferias que atraen gente de sus muchas localidades.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Martha I. Dávalos, Transporte Luis Silva.
Los Ramones es un municipio bastante diferente a otros que se encuentran cerca del área metropolitana de Monterrey. A diferencia de Montemorelos, Allende o Santiago, no hay restaurantes de gran tradición o de atractivo turístico. Según varias personas que ahí viven, la mayor parte de los hombres se van a trabajar a Estados Unidos, por lo que la cabecera municipal se siente más como un pueblo tranquilo, casi desierto. Para llegar por carretera son dos horas al oriente. Se pasa por Cade- reyta y la sierra Papagayos. Como referencia, en el camino también están el hotel “Porque ella manda”, decorado con un par de ojos inquisitivos en la fachada; y el letrero que anuncia San Juan, “la cuna del beisbol en México”.
Por la cabecera atraviesa el río Pesquería y se accede a la misma luego de una calle plagada de pozos, aunque en esto no se diferencia mucho de Monterrey. La plaza está bordeada por una paletería, un local de pollo asado (el principal platillo del municipio) y una tienda de bebidas y snacks. Ese día de febrero, con calor de verano, sólo pasaron un par de niños. En una banca, una pareja de hombres de la tercera edad veían el reloj central, que está descompuesto desde hace tiempo.
La cocina y la música
Cerca de las doce del mediodía no conseguíamos dónde detenernos a almorzar. Las opciones parecían ser pollo asado o pollo frito. Finalmente, luego de dar varias vueltas, descubrimos el pequeño establecimiento La Pasadita. Estaba cerrado pero después de tocar nos abrieron y ocupamos una de las tres mesas del interior. Gilberto Garza Bustillos es el dueño y cocinero del lugar, donde probamos tacos dorados de picadillo, que llevan mucha lechuga y tomate. También hay de deshebrada, milanesas, filete empanizado, hamburguesas y papas fritas. Los fines de semana vende tacos de bistec y carne asada.
“Saco el asador, mi señora está aquí adentro preparando las órdenes”, platica Don Gil, quien tiene 25 años con el negocio”, “y pos ahorita estamos pasando por una crisis que están un poco bajas las ventas, porque así es enero y febrero. Vamos a esperar si en marzo cambia tantito”.
Él y su esposa cocinan. Comenzaron cuando se ponían las ferias agropecuarias hace años, en las que se exhibían equipos agrícolas, borregos, vacas y cabras. “Me pasó el restaurante un señor que se fue para Monterrey, ya murió”, continúa”, “fue el primero que empezó con tacos dorados.
De ahí empezamos nosotros, ya compramos la propiedad, nos establecimos. Me puse a trabajar en la feria porque me lo pedían los alcaldes, cerraba el local y me iba para allá. Para que fueran más restaurantes, había de cabrito y pues yo con carne asada, hamburguesas, papas asadas”.
El hombre, originario de Los Ramones, tiene 65 años. Usa un delantal de Starbucks que le regaló uno de sus hijos, quien reside en Estados Unidos, y vive en el mismo terreno del restaurante. Dice con alegría, que “aparte de cocinero soy músico, baterista”. Con esto nos invita a un convierto improvisado de música norteña, que acompaña con un cassette de música de su pequeña grabadora.
“Tengo atrás la batería porque estoy enseñando a un nieto. Desde los 7, 8 años empecé a tocar, me enseñó mi hermano mayor, que en paz descanse, y he andado con varios grupos. Estuve en Monterrey y en Houston un tiempo y allá también toqué bastante. Ahora estamos aquí aplacados porque ya entramos en la vejez y estamos con el negocito”, platica.
Las paredes de La Pasadita son como un altar a los músicos de la región e incluyen fotos del mismo don Gil de joven con su grupo. Acerca otros negocios de comida en el municipio admite que no hay muchas opciones. Además de tacos mañaneros o pollo, podíamos no encontrar más.
“La mayor parte (de la gente) se va a Estados Unidos y los que estamos aquí unos siembran y riegan con sistema de riego y otros con temporal”, comenta, “ahorita está difícil porque no quiere llover. La poquita gente que trabaja es en la presidencia. En este tiempo van a sembrar un poquito de trigo, pero de aquí para adelante el sorgo, el maíz. Uno que otro siembra frijol de tardío pero ahorita está muy despacio la cosa, no ayudó el tiempo”.
Don Ramón
Después de comer, fuimos a la plaza del reloj. Don Ramón, un señor de edad avanzada, se detuvo a platicar. Llevaba una gorra roja y latas en una bolsa de plástico. Dijo que su familia tiene una carnicería, sin nombre, pero que cuando no hay mucho trabajo sale a dar la vuelta.
Sobre la pequeña carpa azul cercana a la plaza, afirmó que se trataba de un circo que se quedaría dos semanas. Además de payasos y perritos, según él, no traían nada más. También informó que en el depósito Lalón se venden clamatos, cervezas y vino. Don Ramón se refiere a las mujeres como “güera”, sin distinción alguna. Platicó que no le tocó casarse, que antes jugaba beisbol y luego nos pidió invitarle una paleta. Así entramos a conocer a Celestino Hernández, trabajador de la Paletería y Nevería La Reina.
Originario de San Luis Potosí, Celestino llegó a Ramones en el 2000. “El patrón me trajo hasta acá, y nos quedamos a trabajar”, dijo, “antes en Apodaca él tenía una que se llamaba igual. Aquí se fabrica y se hace la paleta y nieve”.
El hombre, de unos 40 años, afirmó que “venía enseñado así” a preparar nieve y paletas, que toda su vida lo ha hecho. Admite que ya casi no come lo que vende porque “uno se aburre de todo esto también, pero de vez en cuando las pruebo”. Además de papitas y sodas, lo principal de la tienda son las nieves, paletas, troles y esquimales. “Tenemos moldes especiales para las paletas, se hacen con fruta natural. Melón, piña, sandía, todo es picado, luego se congela. La de leche, la fresa se licúa, y se le pone su color. Hago cada dos o tres meses, tengo depósitos, hago bastantes, unas dos, tres mil paletas, y las tengo en el freezer. También hago bastante nieve, para no estar gastando luz. El trole es de melón, limón, tamarindo, mango. La nieve es de nuez, fresa, vainilla, chocolate y chocochip”.
Don Ramón pidió una de nuez y salimos con él. No le importó que la paleta se le deshiciera y la comió de su mano. Pasaron unos dos carros, los conductores lo saludaban. Finalmente nos despedimos del señor para la siguiente comida del viaje.
Pollos San José
A unas casas de la paletería, sobre la calle Hidalgo, están los famosos pollos fritos San osé. A la entrada del restaurante se pueden ver las piezas recién preparadas, al fondo hay cinco o seis mesas y en la pared, de nuevo el orgullo de Los Ramones, fotografías de músicos en el periódico.
Los papás de Cecilia Pérez, quien nos atendió, abrieron el negocio hace más de 30 años, en 1984. Su padre antes tenía granja y el restaurante es, junto con La Pasadita de don Gil, de los más antiguos del municipio. Las recetas son de su mamá y todo se hace ahí mismo, los burritos de frijoles con carne molida, el de pollo con queso y el de pepperoni, además de las hamburguesas. Pedimos pollo frito, que lo sirven con un pan de barra, una hamburguesa y un coctel de camarones.
El local fue bautizado por el patrono de la iglesia, San osé, nombre que también compartía el padre de la señora Cecilia. Ella contó que la fiesta de dicho santo es el 19 de marzo y que anteriormente se festejaba con juegos en la plaza y una pequeña feria, pero ahora se hace un baile y se venden antojitos. “Hacen comuniones, confirmaciones, viene el obispo”, relata, “casi siempre es a las 6:00, 7:00 de la tarde la misa. Ramones tiene muchas comunidades y viene mucha gente. Venden antojitos mexicanos, se quema un castillo (de pólvora), hay baile, se pone muy bonito”.
Los Ramones se compone de más de 70 localidades y, según la dueña de este restaurante, también hay una feria entre octubre y noviembre en la que se celebra el aniversario del municipio.
Nos despedimos de ella y su mamá, sentada al frente del lugar. De nuevo en el carro, nos detuvimos en uno de los varios puestos de elotes, pan, miel y salsas que se ponen en las orillas del camino. Desafortunadamente no tenían ya enteros, sólo desgranados. Pero como casi todos los elotes de la carretera, no decepcionaron. Aunque sea por éstos, hay que salir de la ciudad de vez en cuando.
El Cercado, Santiago, N.L.
Mucha gente pasa por la región camino a la Cola de Caballo o Laguna de Sánchez, sin embargo los que se detienen a visitar el Cercado pueden probar deliciosa comida regional y tan innovadora como la de la ciudad.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Martha I. Dávlos, Transporte Luis Silva.
Wenceslao Cabrera es dueño de un pequeño restaurante en El Cercado, localidad de Santiago, Nuevo León. Originario de Villahermosa, Cabrera se desarrolló como ingeniero civil en Monterrey pero hace un par de años se retiró y abrió El Traspatio. Al principio, cuenta, la gente del municipio comenzó a visitar el lugar “a pesar de la inseguridad”, pero pasarían aproximadamente tres años antes de que los regios se aventuraran más allá de sus fronteras. “La gente de Monterrey no salía”, asegura Cabrera, “y la de Santiago, mucha se fue, había muchos secuestros... (pero) la gente comenzó a salir al sur. Ahorita estamos muy contentos porque muchos nos ubican. Escuchamos historias de gente de Apodaca, Santa Catarina, Escobedo, García, en la misma del Valle”.
El Traspatio cumplió seis años el mes pasado, en mayo. La casa original, en la calle Hidalgo, fue remodelada por el tabasqueño, quien utilizó materiales locales para la construcción y el inmueble, como piedra laja, carrizo, madera y cantera. A la entrada hay sólo una mesa interior. Enseguida está la cocina que da al pasillo, mismo que comunica con el patio. Éste da nombre al restaurante y es donde se encuentran el resto de las mesas. Hay un par de árboles en medio, decorados con foquitos, que brindan sombra en el día, y más plantas que tapizan las paredes. En lugar de techo se colocaron vigas con mallas traslúcidas que crean una fresca iluminación. El día que lo visitamos, un viernes por la mañana, había una mesa ocupada por varias mujeres y una estación de música francesa. El chef Polo nos recibió y nos platicó el menú, ya que no hay carta escrita. Pedimos café, jugo de naranja y limonada, chilaquiles divorciados con salsa verde y roja, que llevan cilantro, cebolla, crema y pollo. También a la mesa llegan unos panes recién hechos y más salsa roja, que es la picante.
“Estamos reconocidos por los chilaquiles, mucha gente dice que son los más ricos, hay quien viene desde Monterrey por eso”, comenta Cabrera, “tenemos unos muy ricos de salsa de xoconostle, es a base de esa tuna y tiene chile chipotle seco. Asamos la tuna con jitomate, ajo, cebolla. Se prepara una salsa con chipotle seco, pero lo que es poquito diferente, es que se guisan los chilaquiles en aceite de coco, que le cambia el sabor a la tortilla. Luego se mezcla con la salsa de xoconostle y chipotle, y se sirve con trocitos de queso feta y cebolla morada”.
El chef Polo, quien nació en Colima, también es conocido por su receta de omelette con manzana y fresa. La manzana es salteada con cebolla morada y poca mantequilla, y el huevo se rellena con queso crema y la mezcla de frutas. Por las noches tienen una mezcla de cocina mexicana con italiana y francesa, y sirven crepas, salmón, pastas y cortes de carne. De martes a jueves abren desde las 7:00 pm y los fines de semana desde las 9:00am.
Cabrera y el chef manejan el restaurante y para ser eficientes tienen pocos platillos. Se encargan personalmente de comprar los insumos, por lo que esperan que los clientes confíen en que la calidad de los alimentos se ve reflejada en el precio, y se olviden así de la carta. Los chilaquiles de ese día costaron 90 pesos, y por persona pagamos en promedio 120 pesos, incluyendo bebidas.
Distrito financiero
La ex hacienda El Cercado es una de las 60 localidades de Villa de Santiago. De acuerdo al sitio TV Santiago, de la artista y comunicóloga Dinorah Arizpe, en 1871 se fundó El Porvenir, “segunda fábrica de textiles en Nuevo León y la primera en contar con los servicios de luz eléctrica y teléfono en el estado… Fue una importante fuente de trabajo en la localidad y promotor del desarrollo demográfico y económico”. La fábrica, la cercanía al agua y la corta distancia con la ciudad fueron factores que propiciaron el desarrollo de la región, según el profesor Jesús Ramiro Leal, entrevistado por el mismo sitio. Aunado a esto, están también las casas de los trabajadores de la compañía de textiles que se convertirían en la pequeña área urbana.
“Todo mundo ubica a Santiago por el pueblo mágico”, opina Cabrera, “yo hago una broma y digo que es como una colonia, ahí solamente están los restaurantes, las casas. Pero el distrito financiero de Santiago es El Cercado. Tenemos seis bancos, ya con el que está en Soriana, la actividad económica, ferreterías, negocios”.
Este mismo ajetreo del ir y venir de personas provocó que El Traspatio abriera por la mañana sólo los fines de semana. Según Cabrera, de lunes a viernes no hay estacionamiento en las calles del centro porque mucha gente deja sus carros ahí y se van a trabajar a Monterrey, mientras que otros llegan al Cercado por diferentes motivos.
Una feria de empleo con varios stands se llevaba a cabo ese viernes en la plaza principal. El lugar tiene acceso a internet gratuito y su kiosko, realizado a principios del siglo 20 y posteriormente remodelado, ahora tiene en el centro una pequeña antena. Sin embargo, con todo y que la carretera se encuentra del otro lado de la plaza y con el llamativo monta cargas de la policía, bajo los enormes fresnos la gente pasea como en cualquier pueblo, algunos se quedan dormidos a medio día. Del supermercado sale reggaetón y pasan carros en todo momento, pero están también los vendedores de dulces y de sombreros, una pequeña paletería y la silenciosa iglesia.
Un hombre que fumaba con el uniforme de los tacos Isidro nos dijo que a esa hora, cerca de las 3:00 pm, quedaban ya sólo unos 10 ó 12 guisos en el local, por lo que optamos mejor por un snack en la famosa Helados Regia. Se ubica cerca del puente El Crucero II, esquina con Cola de Caballo y Juárez. Adentro está decorado completamente de madera, con unas 20 bancas con sus respectivas mesas, y maquinitas de juegos. El establecimiento es un oasis con su aire acondicionado en medio del verano. Aquí venden paletas de agua, crema y yogurt, nieves, papitas, esquimales y dulces. Es toda una tradición y raramente se ve vacío. Más recuperados del calor, probamos los tacos de las Carnitas Lalo, donde tienen barbacoa, tripita, molleja, pollo, morcón, asado de puerco, chile relleno, menudo, chicharrones y, como el nombre indica, carnitas. Se encuentran un poco más alejados de la plaza y ese día sólo hubo otro cliente que pidió comida para llevar. El servicio es rápido y cada taco cuesta 10 pesos.
Volvimos a la plaza, donde conocimos a Olaf Núñez, de los Hotchos Mano. El joven originario de la localidad nos contó que en esa esquina de Hidalgo y Manuel G. Rivera comenzó el ahora próspero negocio hace poco más de dos años. “Los dueños iniciaron solos en este mismo carrito”, dijo, “empezaron con la idea de vender jochos y compraron como 1,000 pesos de mercancía. Tuvieron gente y al pasar un año y medio compraron unas combies, como un food truck de los de Monterrey, son azules”. Núñez y sus hermanos trabajan en los hot dogs que son estilo Sonora y llevan 16 ingredientes: frijoles molidos con chorizo en manteca de puerco cien por ciento caseros, aderezo de la casa de chipotle y mayonesa, tocino deshidratado, papitas molidas, pepinillos, chiles jalapeños, cebolla asada con tocino dorado aparte y chiles toreados, entre otros. Van desde los 28 a 45 pesos, según el pan y la salchicha.
Dicho comercio es otro de los ejemplos del apodado distrito financiero. “Llaman la atención porque es como lo que está de moda en las comidas, los food trucks” continuó Núñez, “y sí se solicitan mucho en Monterrey. Ahorita están en Apodaca, en Cumbres, San Pedro, San Nicolás, Guadalupe, Zuazua. De un negocio tan pequeño se hizo algo muy grande en cuestión de fama y todo, sí fue una buena idea”.
Mina, Nuevo León
El municipio es más conocido por sus ruinas arqueológicas y los seguidores del fidencismo, por lo que no tiene una amplia oferta para los comensales, sin embargo es hogar de una fruta buscada por muchos, aunque de esporádica aparición.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Martha I. Dávalos, Transporte Luis Silva.
La investigación previa para ir a Mina no dio muchos resultados. Las personas, o no sabían a dónde ir a comer allí porque nunca habían ido, o me decían que no había nada de eso. Nada. Un parador en la carretera antes de llegar a Monclova, pero no mucho más. Google tampoco daba esperanzas. Mina se conoce por el fidencismo en la población de Espinazo y por las ruinas de la Hacienda del Muerto, no especialmente por su comida. Sin embargo, era claro que no podía no haber algo, así que fuimos unos días antes de la canícula, como si eso hiciera la diferencia en el calor.
En la plaza central, la de la iglesia y gobierno, había una paletería cerrada y varias personas sentadas a la sombra de los árboles. Se veía limpia y bien cuidada. Ante la presencia de una sola cámara digital, un policía con un arma de fuego al hombro se acercó a Martha para preguntarle de dónde veníamos, qué hacíamos ahí. Fue un comportamiento que se repitió más tarde, cuando volvimos después de la comida. De nuevo un policía se acercó, esta vez con una libreta, a tomar nombres y placas. Pidió identificaciones y nos prohibió seguir grabando, aunque la cámara no apuntaba a las oficinas gubernamentales. Cuando llegué yo a preguntarle si hacía eso con todos los ciudadanos que estaban en la plaza, el hombre cerró su libreta sin voltear a verme y se marchó.
Luis nos había pedido llevar revistas donde apareciera nuestro nombre en caso de que ocurriera algo parecido o peor. En Mina, como en muchas partes de México, la policía es a veces la que denuncia la presencia de “foráneos”, y no necesariamente a las autoridades competentes. Afortunadamente no hubo incidentes. Pero tampoco mucha comida.
Los tres restaurantes del pueblo
Volvimos a la carretera, ya que entre las calles de la cabecera municipal no había ni una casa que anunciara siquiera algo de comer. A los lados de la autopista vimos dos restaurantes, casi frente a frente, ambos de un color verde similar. Llegamos al que nos quedaba más de paso, el apropiadamente llamado Mina, que informaba ser “100% fam”.
Nos recibió la señora Rosa María Báez, quien, antes de sentarnos, prendió un abanico que daba a la mesa que escogimos. El lugar es mediano y bien iluminado, con cortinas de tela blanca. Tiene seis mesas, una de las cuales parece ser parte de un antiguo comedor, con todo y su juego de sillas. En las paredes hay cuadros de animales y de motivos bíblicos, y sobre el mostrador que divide la cocina con el área para comensales tienen una televisión analógica con su convertidor de señal.
Esa mañana había un señor comiendo solo. La señora Rosa nos trajo salsas y tortillas, vasos con hielos y refrescos. Pedimos machacado, chilaquiles y huevo en salsa. El machacado lleva aguacate, un lujo estos días, y Luis dice que el queso sabía muy bien. La salsa era picosa pero rica.
Nuestra cocinera y mesera resultó ser de Monterrey, igual que su familia, que también atiende el restaurante. Éste ha pasado por muchos dueños, unos tres calcula Rosa, pero los últimos diez años les ha pertenecido a ellos. Todos hacen todo, aunque su hermana es la cocinera principal. “Aquí empezamos porque mi hermana compró el restaurante”, platica “y nos dejó a trabajar, somos tres”.
Abren de 7:00 a 22:00 horas, de lunes a domingo, día en el que sirven menudo. Además preparan milanesas, carne al gusto, mole y enchiladas. Están en el kilómetro 34 y aquí asiste gente del pueblo pero también muchos traileros y otros que viajan por la carretera.
“Tengo mucho tiempo de vivir aquí, desde el 2001”, continúa Rosa, “siempre he trabajado en la cocina, me gusta mucho”. De su hermana cuenta que era empleada en un restaurante en Monterrey mientras que ella se dedicaba a vender tamales y hacer repostería. “Aquí de repente hacemos empanadas, diplomáticos. Son los choco flanes, que tiene flan arriba y chocolate abajo. Antes los teníamos seguido, nada más que yo me puse un poco delicada de salud me fui a Monterrey y acabo de llegar”. Antes de irnos, la señora, de unos 70 años, nos informa que efectivamente en la plaza no hay dónde comer. Los restaurantes son el suyo, el de en frente y otro más, el Reyes, que en realidad es una cantina. No está segura si ahí sirven de comer porque nunca ha entrado. Es cristiana, asegura, por lo cual hace sentido el centro religioso que se encuentra justo al lado de su establecimiento. Pagamos menos de 200 pesos por todo y volvimos al sol.
La nieve de pitahaya
Fuimos al Museo Bernabé de las Casas porque había visto en línea que tenía un restaurante, El Parador, que ahora se encuentra cerrado. Volvimos entonces a la plaza a ver si la paletería ya tenía gente y a probar la nieve de pitahaya que nos habían platicado. El lugar, también tienda de recuerdos y otros artículos, sí estaba abierto pero no tenían esa nieve, no querían entrevistas, ni cámaras ni podían darnos más información.
Al final una mujer joven nos vendió nieve de pepino con chamoy, muy buena, a 20 pesos. Entonces me quedé sola con la dueña, una señora de la tercera edad, quien parecía no poder moverse mucho de su silla. Después de las negativas iniciales, me comentó que tenía 50 años de vivir ahí, aunque no es originaria de Mina. Se casó con un hombre, ahora fallecido, cuya familia había habitado el municipio por generaciones, gente a quien pertenece la antigua casa donde ahora está el negocio.
Ésta es una construcción renovada por dentro, pero afuera permanece el viejo escudo con un águila sobre la puerta de la entrada. La señora hablaba orgullosa del lugar y de que son “los únicos” en hacer nieve en el área. “Queremos mucho al pueblo”, afirmó, “mis hijos ya se quedaron aquí”. Sobre la famosa pitahaya dijo que este año no habían hecho ni harían, porque la gente se la acabó para usarla en licuados caseros.
Entró a la tienda una clienta muy acalorada buscando globos pero no tenían. Salí a la plaza. Afuera ya había niños y jóvenes, algunos con uniformes escolares, aprovechando el wifi público en sus celulares. Regresamos después del mediodía a la carretera para visitar el otro restaurante. Éste se llama Lupita y también anuncia ser “familiar”. El exterior funciona como un estacionamiento improvisado de tráileres cuyos choferes llenaban las cinco o seis mesas del lugar en esos momentos.
El comedor es un espacio reducido y oscuro, con una tele empotrada entre el techo y la pared, y una única ventana al exterior. El marco de sillar que funciona como puerta separa a los comensales de la cocina, también pequeña, que cuenta con una estufa y un comal. Ahí se mueven casi espalda con espalda dos cocineras, quienes reciben aire de una ventana que da a la autopista. Alhelí es la mesera, considerablemente más joven que las otras empleadas, quien nos hizo el favor de detenerse cinco minutos a platicar, a pesar de que a esa hora estaba lleno. Nos dijo que es originaria de Mina, tiene apenas dos o tres meses de trabajar ahí, que no cocina, sólo atiende, y que el lugar no tiene más de cinco años de haber abierto. Puede que se trate de un cambio de nombre, pues la señora Rosa, del otro restaurante, nos dijo que antes se llamaba de otra forma.
El Lupita abre de 7:00 a 23:00 horas, aquí viene gente del pueblo y trabajadores de paso. Lo más pedido son las milanesas y el bistec, que preparan con salsa, a la mexicana o al comal, pero también sirven fajitas, huevos al gusto, enchiladas y entomatadas.
La joven mesera nos habló también de la nieve de pitahaya, pero cuando supo que no había no se sorprendió. “En estos meses va la gente a arrancar la pitahaya de las lomas, se la acaban ellas mismas”, comentó. “están por allá, por la curva. Es una fruta con putitos negros, moradita”.
Ante las miradas insistentes de los clientes, Alhelí tuvo que despedirse y nosotros también. No fuimos a buscar pitahaya, ni más restaurantes, y regresamos a Monterrey. De paso conocimos Hidalgo, municipio vecino que en esos días tenía una feria en su plaza central. Acá había gente en la calle, muchos negocios abiertos. Nos detuvimos a comprar un elote en mazorca a 13 pesos y decidimos que tal vez este lugar sería una buena opción para el siguiente mes.
Generaciones culinarias de Linares
El municipio es conocido por sus glorias y productos de leche quemada, pero existen familias que mantienen tradiciones gastronómicas más allá de los dulces.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Martha I. Dávalos, Transporte Luis silva.
De todos los municipios que hemos recorrido para esta sección, Linares, a dos horas de distancia, ha sido el más grande. Nos faltaron las tortas Nato, las gorditas doña Mary y la Taquería Monterrey, además de otros lugares que hacen glorias. Empezamos con los famosos tacos El Cuino, o los cuinos. Hay dos sucursales y la que conocimos tiene un carrito afuera, aunque en realidad el restaurante está en una casa remodelada. El nombre también es engañoso, ya que no venden carnitas ni nada de cerdo, sino tacos al vapor de picadillo y frijoles. “Muchos se confunden con el puerquito”, admite el dueño, José Guadalupe Aguirre, al referirse al logo del lugar. Su bisabuelo sí empezó vendiendo carnitas y luego tortas, que retomarían uno de los hijos del señor. Después de que éste sufrió un accidente, la segunda generación se ocupó de los negocios, y renacieron las tortas y los tacos, de forma independiente. El local actual del Cuino tiene 30 años y siguen la receta de la abuela de Guadalupe. Los sobrinos del hombre, la cuarta generación, también entraron a la empresa familiar. “Esto es de todos los días”, relata Guadalupe, “iniciamos a laborar a las 4:00 de la mañana. No dejamos nada para el otro día, tenemos que cocer y guisar la carne, preparar los tacos. Si el tortillero llega tarde se nos atrasa poquito, pero desde las 5:45 de la mañana tenemos clientes. Igual la salsa, es la misma que ha pasado por generaciones”.
Los tacos cuestan 10 pesos cada uno. A los primeros clientes les tocan los de vapor, pero conforme va avanzando el día, cambian. “Si vienes a las 8:30 va a mediación un bote, de promedio 500 tacos”, dice Guadalupe, “ahí tiene diferente sabor. El último taco que está a mero abajo es oro”. Al mediodía son suaves pero algo doraditos y un poco grasosos. Llevan lechuga, tomate y cebolla, y salsa verde para acompañar. El padre de Guadalupe falleció hace cuatro años, por lo que él se encarga de lleno del lugar. Admite que piensa diferente que sus antecesores, quienes se conformaban con lo del día. Con él han aumentado las ventas 200 por ciento, asegura, y ya tienen servicio a domicilio. Estuvieron en Montemorelos por seis meses y les fue muy bien, platica el dueño, pero tuvieron problemas con el local y ahora planea extenderse a Monterrey. “No podemos dejar lo que se construyó, lo que nos hizo a nosotros como familia. Hay que seguir con la tradición. Yo todavía me siento con la fortaleza para aguantar unos añitos si Dios me lo permite”, asegura.
El originario de Linares se ofreció a llevarnos a La Guadalupana para conocer las glorias originales. Dijo haber participado con el gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez “el Bronco”, en su casa de campaña. Y habló sobre los problemas que ve en el área. “Hay de todo, drogadicción, pandillerismo, pero está en una etapa inicial que se puede combatir”, afirmó.
Antes de despedirse, nos presentó con Martha Perales, nuera de la dueña de La Guadalupana, doña Natalia. “Fue quien inició las glorias hace 70 años, ella ya falleció”, contó la señora Martha, “yo me casé con su hijo, falleció y ahora estoy con mis hijos y mis nietos. A ella nadie la enseñó, era una persona sola y se dio habilidad. Fue al Casino de Linares y le dijeron que eran muy sabrosas, que sabían a gloria, y de ahí empezó a ponerles así”.
Venden glorias rellenas de coco, pasas, piña, chabacano y fruta seca, además de marquetas, rollos, encanelados, revolcadas, glorias bajas en azúcar y perlitas, dulce que lleva el nombre de la nieta de la señora Martha. Ella afirma que la mayoría de sus clientes no son de Linares y que su producto más vendido sigue siendo la gloria. Una pared divide el lugar en dos. Detrás de ésta se encuentra la pequeña producción de glorias, que se trabajan hasta las 17:00 horas, más o menos, dependiendo de las ventas. El resto de los productos los terminan al mediodía. Dos mujeres hacían bolitas de leche quemada, que luego pasaban por nuez picada y envolvían rápidamente en los brillantes papeles rojos. Una de ellas era la nieta de la señora Martha.
“Se procesa la leche blanca, se cuece unas dos horas, se hace leche quemada”, explicó Daniel Ibarra, otro nieto, “se pasa a una bandeja, se vacía y se va boleando. Primero le ponen nuez molida y luego nuez entera. Se dejan enfriar en cuartos. Luego se empaca en papel rojo, pero no se puede trabajar caliente porque el papel se derrite. Cada paquete trae diez bolitas”. Hace varias décadas dos trabajadoras de doña Natalia dejaron La Guadalupana y pusieron su propio negocio, pero aparentemente todo Linares sabe que aquí hacen las de la receta original.
Helados, tacos y pan para llevar
Fuimos a conocer el centro de Linares y pasamos por una buena cantidad de tiendas, bancos, gimnasios, automotrices y farmacias. En la plaza principal, donde están el gobierno y la iglesia, hay también un teatro y un museo. A principios de agosto la canícula estaba en su punto alto, pero eso no detenía a la gente que iba de un lado a otro. Estaba también un vendedor de paletas cerca del kiosko, muchos carros y un grupo de baile ensayando.
Aprovechamos el calor para conocer los también tradicionales helados Almaraz, fundados en 1901 por el papá de don Antonio Almaraz, cuyos hijos ahora mantienen el negocio, María Elena, Jaime y Marco Antonio. Este último es un maestro retirado y el principal encargado. Nos repartió unas hojas con la historia del lugar, donde se explica que a principios de siglo hubo una epidemia de fiebre amarilla y la nieve “la única en aquel entonces, ayudaba en algo a los malestares de los enfermos”.
Los vasitos, de leche o agua, cuestan desde 15 hasta 60 pesos y hay chamoy y chile en polvo para ponerle al gusto. Los que se preparan con leche bronca, hervida en cazo de cobre, son de chocolate, coco, mango, pay de limón, nuez, plátano, entre otros. Los de agua, también hervida, no de garrafón porque cambia el sabor, pueden ser de pepino, kiwi, sandía, papaya, piña con nopal y apio, naranja con piña, y más.
Los hermanos aseguran usar sólo fruta y no sabores artificiales, a excepción de las esencias italianas que compran en Monterrey. “Queremos seguir con la misma tradición, con lo que nos enseñaron a hacer”, cuenta Marco Antonio, “quiere decir mucho el amor con lo que hagas las cosas. Si no te gusta, nunca va a quedar buena la nieve”.
Al lado del local se reúne la familia a ver la televisión, junto con sobrinos y nietos. En un pasillo hay jaulas con al menos un cenzontle y otro enorme refrigerador, donde almacenan los extractos de la fruta en botellas de plástico recicladas, y más galones de nieve. Nos dieron a probar de higo, de color morado intenso, y de limón, de un verde pálido pero nítido sabor cítrico.
Los hermanos se interrumpían unos a otros para contarnos de la colección de cruces coloridas del lugar, las fotos familiares de las paredes y la tambora que recibieron, junto con otros cuatro negocios de la región, por su “antigüedad y prestigio”. Nos enseñaron el chile del monte congelado que venden en invierno y también nos dieron a probar la miel que preparan.
De ahí fuimos a comer a los tacos Nacho Romero, los rojos. Son chiquitos y una orden de ocho cuesta 35 pesos. Hay de picadillo, frijoles o mixtos, y también venden tostadas. Llevan guarnición de papas, repollo, tomate y cebolla. La salsa roja tiene un sabor peculiar, que resultó ser chile japonés. El joven que nos atendió dijo que si queríamos prepararla sólo había que licuar el chile crudo con sal y agua.
A las 16:00 de la tarde ya éramos los únicos clientes, a excepción de otro hombre que dejó su motocicleta afuera y se puso a platicar con el cocinero. Las paredes de la taquería, también una antigua casa, son de color naranja y hay cuatro grandes mesas de madera adentro. Al fondo, detrás de unas puertas de madera, está la cocina de azulejo, de donde salía aire caliente.
Con ese calor y ya sin mucha hambre, pasamos rápidamente por la panadería La Flor para comprar piezas para llevar. Abren de lunes a sábado de 6:00 a 18:00 horas. Tienen bolsas de hojarascas desde 19 pesos, y todos los clásicos mexicanos: el marranito, aunque en forma de flor, conchas, tapabocas, pastel de piñata, donas, margaritas y más. Definitivamente las glorias.
Ramos Arizpe
Pan de pulque todo el año
Semitas, chorreadas, empanadas, molletes, conchas o batidas: todo puede ser pan de pulque si se quiere. En el municipio de Coahuila este producto es tradición, junto con los tamales, que se consumen cualquier día del año. Hay además restaurantes que tienen décadas de haber inaugurado aquí su propia cultura gastronómica, y otros que apenas comienzan y buscan servir a los comensales que llegan a trabajar a diario.
Redacción Cecilia vázquez, Fotos Bernardo Flores, Transporte Luis Silva.
El Vaquero fue el primer restaurante de Ramos Arizpe, según las hermanas Juanita y Elvira Guadalupe Ramírez Estrada. Las hijas del fallecido dueño, don José, junto con la familia, tienen ahora El Rincón del Vaquero, lugar con el que han seguido la tradición de sus padres, aunque en una sucursal más pequeña.
El antiguo local estaba sobre la carretera pero desde hace cinco años se encuentra atrás de la plaza Venustiano Carranza, casi a contra esquina. El parque es imperdible pues está sobre el boulevard Plan de Guadalupe, una de las arterias principales de Ramos, y tiene una estatua de una enorme águila.
En el restaurante pedimos un omelette con jamón, queso, pimiento morrón y chorizo, chilaquiles verdes, machacado y un huevo en salsa, todos con frijoles. Al centro van los totopos y una salsa en un pequeño molcajete de madera. Cada mantel de la mesa tiene una cita bíblica diferente pues, explica Lupita, aquí buscan alimentar no sólo al cuerpo, sino el alma también. “Nunca sabes qué trae cada persona que entra aquí”, nos dijo.
El lugar tiene cinco mesas adentro, más un salón privado al fondo, donde reciben políticos y hacen eventos sociales. En medio hay un pasillo con plantas, muy iluminado. Adentro está la cocina donde todas ayudan. Sirven desayunos y comidas corridas, que incluyen caldo de res con sopa de arroz y el guisado del día, y cierran a las 6:00 de la tarde.
“Somos de Saltillo y Torreón, allá se conocieron mis papás”, platica Juanita, “vinieron a poner un negocio aquí en el año de 1959, los dos cocinaban. La especialidad de papá era cabrito al pastor, la cecina, el chorizo, machacado. De mis abuelos maternos, los quesos”.
“En Torreón”, continuó, “no había mucho futuro y se fueron a San Rafael de Galeana, ahí pusieron el primer restaurante. De ahí mi padre decidió que nos viniéramos a vivir a Ramos y aquí empezó, fue el primer restaurante de Ramos Arizpe”, aseguró Juanita. Su madre hacía conservas, cajeta, y durazno y membrillo en almíbar. “Las tortillas de harina y maíz se preparaban ahí, las salsas, todo”, dijeron las hermanas.
De ella aprendieron el trabajo de atender el negocio desde chicas. Hace cinco años, cuando se construyó un edificio en el lugar del restaurante, su hermano Roque puso un lugar de mariscos, Picaña. Después de desayunar nos despedimos de la familia, quienes nos recomendaron visitar la panadería El Boulevard y decir que íbamos de parte de ellas.
Mari y Loli
Camino a esta ciudad de Coahuila, a poco más de media hora de Monterrey, se ven muchos puestos de ajo seco por la carretera. Sin embargo, cualquier coahuilense sabe que acá lo tradicional y ubicuo es el famoso pan de pulque. Las comadres y primas Mari y Loli tienen casi treinta años en la panadería El Boulevard.
Al frente se encuentran unas cuantas repisas con semitas, chorreadas, molletes, conchas y empanadas de conserva, calabaza o nuez. Atrás, pasando una salita con tele, costales de harina y fotografías, un enorme horno de gas ocupa la pared entera. Otras dos paredes están cubiertas de estantes metálicos en los que se deja reposar el pan antes y después de hornear.
Mari llevaba un delantal porque estaba al pendiente de que no se fueran a quemar las chorreadas. Loli llegó más tarde y entre las dos se pusieron a sacar el pan. La primera apaga el horno, de una manija de la parte de atrás, y luego lo abre. Va moviendo la parrilla de donde salen bandejas negras con dos semitas cada una. Las voltea sobre la misma bandeja y Loli las acomoda en el estante en la pared.
“Este horno es moderno”, platica Mari mientras hace todo, “teníamos uno de bóveda de adobe pero debido al incremento de la leña, una época no hubo y se tuvo que comprar este. Es de gas natural. Las chorreadas se tienen que voltear para que el piloncillo no se pegue a la hoja y poderlas quitar para embolsarlas”, explica.
Loli trabajó con una tía abuela que tenía una panadería, por lo que calcula que tiene 42 años de dedicarse a esto. Por su parte, Mari creció con unas tías que lo hacían para vender en sus casas cada ocho días. La gente sabía, les encargaban y ella entregaba. Después se unieron para el negocio.
“Nosotras lo hacemos, lo horneamos, lo embolsamos, lo sacamos a vender” dice Mari, “tenemos clientela de muchas partes pero no sacamos a otros comercios ni tenemos sucursales. Hay gente del mercado de abastos que viene y lleva pan y ahí lo vende, el que está en Soriana La Puerta en Santa Catarina”, platica.
A ellas les traen el aguamiel o el pulque ya fermentado cada dos o tres días, de los ranchos cercanos donde hay magueyes. “El pulque es el aguamiel del maguey, se raspa y empieza a salir de ahí”, menciona Mari, “se deja fermentar y se convierte en el pulque, con ese mojamos el pan y le da color, sabor y además sirve de conservador. Nuestro pan no lleva ningún conservador. Dura en perfecto estado, sin hacérsela nada, un mes en su bolsa”, asegura.
Loli agrega que ellas amasan el huevo con el pulque en lugar de agua y leche. Lo que más lleva este líquido fermentado es la semita chorreada, que no tiene huevo, al contrario del mollete. “Es que ustedes son de ciudad, no son de pueblo”, opina la mujer al contarnos del proceso del maguey. “El quiote, ¿no lo conocen? En lugar de que salga, dicen que lo capan, le quitan el jocollo (las hojas del corazón del maguey) de en mero en medio y de ahí le están raspando. Le hacen un pozo y todos los días en la mañana ya está la miel. Le sacan la miel y le vuelven a raspar y vuelve a salir miel para otro día. Nos la dan a nosotros y se hace el pulque con el calor, se fermenta”.
En Semana Santa hacen un pan especial que se llama batidas, molletes más grandes que se mojan con puro huevo. No llevan pulque y según Mari “quedan deliciosísimas. Aquí se acostumbra, no sé si en otras partes, y en Saltillo”, continúa, “por regla general todas las señoras en su casa preparaban su pan para Semana Santa, lo guardaban en unas castañas que ahora les dicen baúles, muy antiguos, les ponían un mantel y ponían todo su pan. De ahí compartían a la familia”.
Las socias y comadres hacen 30 kilos de pan a diario y lo venden todo en bolsas de 45 pesos: es el precio de dos chorreadas o mantecosas, diez molletes, cinco empanadas o dos semitas. Las batidas sí las venden por pieza y cuestan 22 pesos cada una. “No es por nada pero todo lo que hacemos aquí está muy bueno porque es casero” afirma Mari, “tienen los ingredientes que deben llevar y son las recetas de las abuela. No ha cambiado nada, lleva huevo natural, toda la grasa que debe ser”.
Don Andrés
De la panadería fuimos a la plaza principal de Ramos, donde están la parroquia de San Nicolás de Tolentino, la presidencia y el casi recién inaugurado restaurante, La Casa de don Andrés. Los dueños son Rosy Morales, sus hermanas, su esposo Carlos Valdés y el hijo de la pareja. Valdés bautizó el lugar por su padre, quien falleció hace casi 40 años pero quien era aficionado de la cocina, “amante de inventar”, dijo el hombre. “Yo me di cuenta que mi mujer tenía esa vena, mi hijo también y mis hermanas no se diga, pues vamos a probar”, aseguró, “Ramos Arizpe es una población muy industrial. Hay muchísima gente que solamente viene a trabajar acá, por lo mismo requieren de comida y nos impulsó para que abriéramos el 20 de noviembre del año pasado”, comentó.
El hombre, quien es ciego, atiende personas con discapacidades de todo el estado de Coahuila. Su establecimiento sirve desayunos y comidas y también da servicios a empresas. Tienen comida mexicana como enchiladas, sopes, tlacoyos, pozole y platillos especiales como chilaquiles a la parmesana, chiles en nogada, que son receta de la familia; enchiladas en crema de chile chipotle o un chile con calabacita y elote. El lugar es de cuartos amplios, ya que seguramente era una casa, con todo y patio interior, fuente, techos altos y arcos en lugar de puertas. Tienen mesas y sillas de madera, manteles coloridos y ventanas que dan a la plaza. Antes de despedirnos, Rosy y Carlos comentaron que, además del pan de pulque, en el municipio es tradición todo el año comer tamales, champurrado y conservas. Así que no hay que esperar a que haga frío para volver por más a Ramos.
Arteaga
Asado, licor de manzana y carnitas
La cabecera del municipio de Arteaga en el estado de Coahuila fue nombrada como Pueblo Mágico y una rápida visita al lugar demuestra porqué. Por un lado está rodeada de tranquilas plazas y enormes árboles, y por otro tiene una tradición gastronómica envidiable. El sabor del norte se representa en su asado al mezquite, y la popular manzana se hace presente tanto en postres como en bebidas.
Redacción Cecilia vázquez, Fotos Bernardo Flores.
Un restaurante de carnitas estilo Michoacán no es lo primero que viene a la mente cuando se busca comida tradicional en Arteaga. Pero, “a donde fueres, haz lo que vieres”. Las Carnitas San José fueron la primera elección del señor Pedro Fuentes, quien divide su tiempo entre San Antonio de las Alazanas, en el mismo municipio de Coahuila, y la Ciudad de México. Él aseguró que no había nada como desayunar estos tacos al mediodía.
El establecimiento se encuentra en el Boulevard Fundadores. Tiene una pequeña terraza con sillas y mesas rojas de plástico, y un par de asientos más adentro. Seguramente en invierno éste es el lugar preferido, con vista a la enorme cazuela de carnitas, el comal donde caben varias de las enormes tortillas amarillas que sirven y el aparador donde el taquero hace su show diario, al lado de la caja registradora. Puedes pedir por kilo o tacos. Dos son más que suficiente para el comensal promedio, pues la tortilla es de unos 25 centímetros de diámetro y va bien servida. Cuesta 28 pesos y el doble 45. Si pides por kilo, te traen las carnitas, con o sin cueritos, en un recipiente de hielo seco y puedes pedir una bolsa de chicharrón crujiente, que también se agrega al taco. Al centro de la mesa hay pico de gallo y salsas. El kilo está en 250 pesos y si es para llevar no incluyen tortillas.
El taquero comentó que de viernes a domingo, además del chicharrón y maciza, sirven costilla, lengua, tripa y oreja, “todas las partes”. Dijo que el negocio tiene siete años y sus principales clientes, además de la gente de Arteaga, son de Monterrey y Saltillo. Abren de lunes a domingo de 8:30 am a 6:00 pm. Los domingos es su día de más trabajo pues venden hasta 300 kilos, unos tres cazos, calcula el señor, mientras que de lunes a jueves hacen un cazo o kilo. Nos sentamos frente al transitado boulevard, donde pasan camiones y tráileres en todo momento. Cada cliente que entraba nos decía “provecho” y “buenos días”. “Es lo normal”, opinó don Pedro.
Pueblo Mágico
Arteaga es la cabecera del municipio homónimo, a unos 40 minutos de distancia de Santa Catarina, Nuevo León. Tiene varias plazas, no sólo la de gobierno, y nuestro guía, el señor Pedro, aseguró recorrerlas cada mañana como ejercicio. La que se encuentra frente al templo San Isidro Labrador es bastante tranquila. A uno de sus lados hay una calle empedrada, un camellón con enormes árboles y un pequeño riachuelo. Una escena que contrasta con el bullicio de la carretera a corta distancia.
Frente a la plaza presidencial está el Rinconcito Mexicano, un pequeño restaurante manejado por Beatriz Aguilar. En realidad el lugar tiene 13 años pero ella llegó apenas hace dos meses. Es originaria de Nueva Rosita, a 300 kilómetros de distancia, entre Monclova y Piedras Negras. Se trasladó a Saltillo por trabajo pero “conoció el amor”, dijo entre risas, y se quedó con el establecimiento.
“Tenemos diversidad de platillos, obviamente mexicanos”, platicó Beatriz, “como gorditas de maíz elaboradas todos los días desde la mañana. No guardamos ningún guiso. Tenemos platillos para la comida y cerramos a las 3:00 de la tarde. Abrimos desde las 8:30, 9:00 de la mañana de lunes a viernes. Lo que más gusta son las gorditas pero hemos estado implementando nuevos platillos porque la clientela lo solicita”, continuó, “hemos variado con enchiladas, todo lo mexicano. Mole, caldo de res y de pollo, tostadas y bistec. Las hamburguesas, tortas de pierna y de milanesa son un hit”.
La joven dueña afirmó sentirse muy a gusto en este Pueblo Mágico. Opinó que la gente que la ha recibido es muy cálida y sólo se fijan en los cambios que ha hecho en el restaurante. “Lo que ellos quieren, al menos aquí, es buen trato y rapidez. Es gente muy amable y respetuosa. Estoy muy contenta”.
Bendito mezquite
Del Rinconcito cruzamos a las oficinas de turismo para pedir información sobre el festival de las siete cazuelas que realizaron aquí hace pocos meses. Nos atendió Rosy Valdés, quien además tiene el restaurante El Mostrador Turístico, del otro lado de la plaza, sobre la calle Hidalgo. La mujer dejó su escritorio y nos llevó hasta el lugar. En el corto camino nos contó que el grupo de cocineras tradicionales de Arteaga, junto con un consejo gastronómico y el gobierno, formó parte de la primera edición del evento en julio. “Tuvimos mucho éxito y muchos visitantes, Arteaga es muy querido”, aseguró Rosy. Diecisiete cocineras y ocho artesanos recibieron a 17 mil personas durante tres días, dijo. Vino gente de Estados Unidos y Canadá, además de habitantes de estados vecinos. “Los regios son nuestra adoración”, afirmó.
Mientras esperamos su tradicional asado, Rosy platicó sobre la planta de mezquite con lo que preparan este platillo. “Bendito y alabado sea el mezquite”, comenzó, “así es como lo denomino, porque es un sabor especial y único, es silvestre y de nuestro desierto del norte de Coahuila”. La receta de su familia ha pasado por cinco generaciones, igual que el establecimiento, que inicialmente era una tienda. “La hielera va a cumplir 100 años, le voy a hacer su fiesta”, mencionó. “Mi tatarabuelo Victoriano Valdés inició la primer tienda de pueblo, no tienda de raya”, continuó Rosy, “tal cual era el edificio, aunque antes era toda la casa. Las puertas, el mostrador y este tipo de gabinete, desde 1840. Toda la familia se dio a la tarea de conservarlos. Mi papá, Jesús Valdés, tomó la tienda en 1960. Cierra en el 2007 por diferentes circunstancias.
Yo tengo dos meses que la abrí con concepto diferente, es decir cocina de asado”. Del techo colgaban unas pequeñas cazuelas llenas de vainas de mezquite. Las verdes estaban tiernas y las color café eran las maduras. Rosy nos dio a probar, instruyéndonos a morder un pequeño pedazo y no comer el huesito. Platicó que el mezquite te hidrata y da sensación de frescura, por lo que puede salvar la vida de quienes cruzan el desierto, aunque no pueden hacer nada contra la policía estadounidense, bromeó.
Valdés considera a San Luis y Sonora como los pioneros en aprovechar esta planta. “El mezquite lo único que te dice es ‘Con súmeme porque aquí estoy’. Se da solo, tiene nutrientes y propiedades curativas”, nos informó. Según ella, al asado le da un sabor, consistencia, aroma y color diferentes, y esto es lo que su familia trata de rescatar, “el sabor del desierto”.
El asado de El Mostrador debe ser de carne tierna, no muy grasosa. El mezquite se tuesta y muele, para luego hacerse harina, cernirse varias veces, y posteriormente mezclarse con siete chiles colorados, ajo y condimentos. Al fondo del restaurante se encuentra la cocina, de donde sacaron el platillo acompañado de frijoles, arroz y tortillas chicas amarillas, además de agua de melón con leche y canela. “Para mí representa a mi familia, a Arteaga y a Coahuila”, expresó Rosy.
La mujer también nos dijo que “El que vino a Arteaga y no probó asado de mezquite, no vino” y nos hizo unos tacos. De postre trajo pay de manzana con canela (“No es por nada, pero la manzana de Arteaga es la más rica”) y orejas del desierto. Éstas parecen una quesadilla pero llevan queso fresco y dulce de leche de cabra con harina de mezquite. Es de sabores y texturas contrastantes.
Finalmente, Valdés nos llevó a La Tiendita de Mariela, propiedad de su hermano. Él nombró al lugar por su hija pero ese día no se encontraba, así que Rosy nos dio el tour. Aquí venden licores, mermeladas y cajetas artesanales, en los que destaca la manzana, fruto insigne de Arteaga.
El negocio está en la calle Román Cepeda. Hay licor de manzana, membrillo, nuez, curados, uvas, guayaba, piña colada y canela, entre otros. Nos dieron a probar uno de manzana picosita, o “spicy hot”, de manzana con anís y de perón. Si se sirven fríos es mejor. Hay además pan integral de pulque, durazno en almíbar y rodajas de membrillo, dulces de leche, mermeladas de higo, manzana, chabacano, ciruelas y demás. Nos dieron cajeta de membrillo, que en Monterrey llamamos ate, y que según Rosy está reconocida internacionalmente.
Después de la mezcla de sabores, salimos de La Tiendita y nos despedimos de nuestros dos guías, Rosy y don Pedro. Arteaga tiene una gran oferta gastronómica, y faltó mucho por recorrer, pero es sin duda una excelente opción para los regios que quieran salir de sus rumbos habituales un fin de semana.
Sabinas
Hidalgo, Nuevo León
Tres restaurantes fundados a principios de los años 80 son protagonistas y testigos de los cambios en este municipio. Con la construcción de la autopista vino la amenaza de perder comensales que ya no tenían que atravesar Sabinas en su paso al norte, pero el pueblo se hizo ciudad y los mismos habitantes ahora son clientes fieles. Reciben además turistas del estado y otras regiones, atraídos por los grandes parques acuáticos del área y, finalmente, están quienes trabajan en Estados Unidos y vuelven a casa cada fin de semana.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Liliana Bazán, Transporte Luis Silva.
La camioneta se abre paso entre los árboles y por debajo de las llantas el camino se llena de piedras de río. La turbina aparece en el fondo, rodeada de un apacible lago, con todo y patitos y lanchas en la orilla. El ruido del agua contrasta con el silencio que hace la falta de gente. Es entre semana y antes del mediodía, el parque de Sabinas Hidalgo, el Ojo de Agua, en otros momentos lleno de visitantes, hoy sólo cuenta con dos trabajadores sentados bajo uno de los enormes árboles. Nos acercamos a los hombres y les pregunto a dónde nos recomiendan ir a comer. Ya habíamos almorzado en Los Jacales pero quería saber de otros. Uno de ellos me dice que ahora la gente busca mucho los mariscos. Que incluso en el parque había uno de este tipo de comida pero lo movieron. En efecto queda ahí un espacio ahora abandonado. Sobre El Ancira, un establecimiento frente a Los Jacales, dicen que ya “pasó” pero que sigue yendo gente “de antes”. Regresamos al centro de la ciudad. Ahí han abierto restaurantes de lo que se anuncia como comida china y sushi, pero también cadenas como pollo Church’s, de carne seca y varios servicars, sobre todo camino a los parques: La Turbina, el Ojo de Agua y el Charco del Lobo.
La carretera nacional pasa justo por en medio de Sabinas y es algo como su arteria principal. Antes de la construcción de la autopista era un paso obligado del tráfico en el estado, por lo que a los lados se construyeron diferentes negocios y tiendas de todo tipo. Era el centro de la ciudad y la fuente de ingresos del turismo. Hoy lo sigue siendo, aunque en menor medida, debido a que ya no es el único camino ni necesariamente el más práctico.
Sobre la carretera se encuentra Los Jacales, uno de los restaurantes mejor conocidos en la región. Tiene un techo de palapa y el gran espacio se divide en dos con un biombo al lado de la caja. Un mesero, adulto mayor pero ágil y amable, nos recibió con la carta. Ésta incluye el almuerzo especial, de huevo, frijoles, ensalada y arrachera por $85 pesos; huevos al gusto por $65, tacos mañaneros de machacado, barbacoa, chicharrón, cochinita pibil y picadillo. Para la comida tienen la orden de cabrito, que va de los $120 a los $320 pesos, según las piezas; cortes de carne, parrilladas, tampiqueña y antojitos mexicanos.
Pedimos chilaquiles, que son algo picosos, machacado y huevo con chorizo. Llegan totopos y dos salsas, tortillas de harina recién hechas, jugo natural de naranja y café de refil. En otras mesas hay comensales hablando en inglés en lo que parecen juntas de negocio casuales, pero también gente sola terminando el desayuno.
Enrique González, originario de Sabinas, platicó que abrió el restaurante “por necesidad” hace 35 años. “Con el turismo, antes de la autopista, había mucho negocio, pero se nos fue la gente”, comentó. Ahora “vienen más los locales. Aunque están abriendo negocios y vienen de farmacias, ferreterías, y comen aquí. Hay turismo otra vez”. Mencionó que han estado llegando trabajadores que van a extraer gas natural de Texas a Monterrey, además de otras constructoras que están creando empleos en la zona.
Según González la gente visita también por los parques del municipio, y quienes trabajan en Laredo o San Antonio vienen en fin de semana. Por otro lado, dijo que los platillos son recetas familiares y que su hijo ayuda en el negocio. “La comida es lo fuerte, hay comida corrida, caldo de res, guisados de pollo, res y puerco. Queremos dar atención personalizada y hacemos lo mejor posible”, afirmó el hombre.
Lety’s y La Fogata
A unas cuadras de Los Jacales está La Fogata, otro lugar tradicional de Sabinas, igualmente sobre la carretera. Nos recibió Sonia Villarreal, quien platicó que este es un negocio familiar, abierto desde 1981. “Aquí era una estación de autobuses, un hotel, y este era el restaurante que daba servicio”, comentó, “como la carretera en ese entonces era completamente la unión de Monterrey hacia Laredo, porque no estaba la autopista, era mucho el tráfico que había, prácticamente tenías que pasar por aquí por el pueblo”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Según Villarreal, la autopista tiene aproximadamente 20 años de haber sido construida, pero igual que con Los Jacales, las ventas continúan aquí porque la ciudad también ha seguido en crecimiento. El restaurante es de comida mexicana, machacado y huevos al gusto, aunque, como dice Sonia, “la tradición, el pegue, son las tortillas de harina recién hechas. Aquí las amasan al instante, las palotean. Son de tamaño grande”.
Ciénega
de Flores, Nuevo León
A unos 40 minutos del centro de Monterrey se encuentra la ciudad de Ciénega de Flores, orgullosa cuna del machacado con huevo. Una calle y una colonia llevan el nombre de la famosa tía Lencha, creadora del platillo, y la industria de la carne seca es la vida diaria de muchos habitantes. A pesar de que otros tipos de comida se han popularizado con los años y aunque no sea el pan de todos los días, el machacado sigue siendo insignia del municipio, y con bastante razón.
Redacción Cecilia Vázquez, Foto Martha Dávalos. Transporte Luis Silva.
En enero visitamos Ciénega de Flores para platicar con los dueños de la carne seca Tía Lencha. Ambrosio y Rogelio Quiroga, cuya tía abuela fue en efecto la famosa creadora del machacado con huevo, nos dieron un tour por la fábrica y nos contaron la historia de la señora Fidencia. En 1928, cuando se construía la carretera por el municipio, la mujer machacó por primera vez carne seca, que ya se preparaba desde hace años en la región, y le agregó huevo y salsa de tomate. Por esto Ciénega se conoce como la cuna del machacado, platillo ahora famoso en todo el estado.
Ante el éxito de su creación, la tía Lencha abrió un restaurante que posteriormente le vendería a Leandro García. El hombre, a su vez, fundó los también reconocidos establecimientos que llevan su apellido y que hoy se encuentran en diferentes ciudades colindantes a este lugar. Los mismos hermanos Quiroga nos recomendaron probar ahí el machacado, por lo que volvimos al siguiente mes, y conocer otros dos restaurantes concurridos en Ciénega, el Menudito y la coctelería Altamira. Todos se encuentran en las laterales de la carretera, también llamada avenida Independencia. La coctelería y el Menudito están casi el uno frente al otro, y entre éstos y el García hay además unas gorditas, las Racing. Ahí hacen unas de asado que vale la pena probar, y de otros guisos, a 10 pesos cada una. Es fácil ubicarlas, ya que se encuentran cerca del puente peatonal con el arco que se distingue por toda la avenida. Abajo, a falta de semáforo o señalización, un tránsito detiene el tráfico para dejar pasar a las decenas de niños y adolescentes que regresan de la escuela cada día.
El Restaurant García realmente se llama García G y en su anuncio, en grandes letras, se lee lo que los ha hecho famosos, “machacado con huevo”, así de sencillo. Cuando llegamos no había clientes pero entre las 11:00 y 12:00 comenzaron a llenarse las mesas del lado donde nos encontrábamos. Del otro, al pasar una puerta de vaivén de madera, hay un espacio casi idéntico, por lo que en total hay cerca de 20 mesas. A lo largo de la pared hay estantes de galletas, pan, semitas y más. En la entrada hay un exhibidor más pequeño donde venden carne seca de la propia marca García. Para machacado cuesta $110 pesos y para botana $80.
La primera página de su menú está llena, de principio a fin, con opciones del platillo estrella: con huevo, ranchero, light (sólo las claras), sin huevo, a la mexicana, en salsa verde y divorciado. La orden cuesta aproximadamente $120 pesos. Además hay tacos de machacado y caldillo de carne seca. A la mesa traen un plato hondo de totopos sazonados con chile en polvo y un vasito de salsa roja molcajeteada caliente. Es más recomendable pedir café de refill que limonada. Probamos los chilaquiles verdes, los huevos a la mexicana, y claro, el machacado tradicional. Todos vienen bastante bien servidos, con frijoles refritos de la casa y tortillas de harina recién hechas – o al menos así saben.
El García fue fundado en 1952 y tan sólo en Ciénega hay cuatro sucursales más. Abre de lunes a viernes de 7:00 a 23:00 horas y los domingos hasta las 22:00. La joven que trabajaba en la caja ese día, Nancy, dijo que el machacado tradicional es el que más piden los clientes, seguido del ranchero, a la mexicana y en salsa verde. Comentó que la carne seca la traen directo de la empacadora, que está casi enfrente del lugar, y que tiene “un sabor diferente”. “A mí me gusta más el de aquí”, en comparación al de Monterrey, aseguró, ya que la carne “es un poquito salada, tiene otro sabor”. Nancy confirmó que los restaurantes que nos habían recomendado sí eran de los más visitados, y también nos sugirió ir a la Peñita, unas albercas, y la plaza municipal.
Menudo, maricos y nieve
Como todo primer cuadro de ciudad mexicana, la plaza reúne la presidencia, una escuela, un centro social y una parroquia, la iglesia de San Eloy, fundada en 1847. Los jardines alrededor están bien cuidados y tienen juegos infantiles. Hay wifi gratuito, rejitas blancas y gente paseándose bajos los árboles o sentados en las bancas.
Esa tarde vimos un joven dirigirse al kiosko central y bajar unas escaleras, hacia lo que resultó ser una pequeña fuente de sodas, nevería, puesto de hamburguesas y sala de maquinitas ochenteras. Entre decoraciones de equipos de futbol y retratos de personajes de la Revolución, los comensales esperaban su comida en las dos mesas del lugar. Una mujer iba y venía, atareada en cobrar, cocinar y cuidar a sus niños, uno de los cuales era una bebé dormida en su camita en medio de todo. Pedimos nieve antes de la siguiente comida. La señora nos recomendó la de chocobanana pero con el calor decidimos mejor mango con chamoy, limón y melón, que resultó ser natural, pues hasta traía una semilla. Los vasos cuestan $10, $15 y $18 pesos y las hamburguesas con papas $30.
Camino a la Peñita unas mujeres nos dijeron que aún no era temporada de que abrieran las albercas, que además están a una media hora. Así decidimos ir a los siguientes dos establecimientos. El Menudito, lleno a esa hora, es un escape al sol dentro de sus frescas paredes. Con abanicos y aire lavado mantienen el lugar fresco, por lo que un menudo aún en verano puede no ser lo peor. María Magdalena estaba en la caja, a la que cada cliente se acercaba para pagar y comprar chicles después de la comida. La hija del desaparecido fundador contó que la receta era de su papá. “A él le gustaba mucho la cocina y desde muy niño aprendió a guisar el menudo”, comentó, pero la preparación “es un secreto”.
Camino a la Peñita unas mujeres nos dijeron que aún no era temporada de que abrieran las albercas, que además están a una media hora. Así decidimos ir a los siguientes dos establecimientos. El Menudito, lleno a esa hora, es un escape al sol dentro de sus frescas paredes. Con abanicos y aire lavado mantienen el lugar fresco, por lo que un menudo aún en verano puede no ser lo peor. María Magdalena estaba en la caja, a la que cada cliente se acercaba para pagar y comprar chicles después de la comida. La hija del desaparecido fundador contó que la receta era de su papá. “A él le gustaba mucho la cocina y desde muy niño aprendió a guisar el menudo”, comentó, pero la preparación “es un secreto”.
Camino a la Peñita unas mujeres nos dijeron que aún no era temporada de que abrieran las albercas, que además están a una media hora. Así decidimos ir a los siguientes dos establecimientos. El Menudito, lleno a esa hora, es un escape al sol dentro de sus frescas paredes. Con abanicos y aire lavado mantienen el lugar fresco, por lo que un menudo aún en verano puede no ser lo peor. María Magdalena estaba en la caja, a la que cada cliente se acercaba para pagar y comprar chicles después de la comida. La hija del desaparecido fundador contó que la receta era de su papá. “A él le gustaba mucho la cocina y desde muy niño aprendió a guisar el menudo”, comentó, pero la preparación “es un secreto”.
Camino a la Peñita unas mujeres nos dijeron que aún no era temporada de que abrieran las albercas, que además están a una media hora. Así decidimos ir a los siguientes dos establecimientos. El Menudito, lleno a esa hora, es un escape al sol dentro de sus frescas paredes. Con abanicos y aire lavado mantienen el lugar fresco, por lo que un menudo aún en verano puede no ser lo peor. María Magdalena estaba en la caja, a la que cada cliente se acercaba para pagar y comprar chicles después de la comida. La hija del desaparecido fundador contó que la receta era de su papá. “A él le gustaba mucho la cocina y desde muy niño aprendió a guisar el menudo”, comentó, pero la preparación “es un secreto”.
Camino a la Peñita unas mujeres nos dijeron que aún no era temporada de que abrieran las albercas, que además están a una media hora. Así decidimos ir a los siguientes dos establecimientos. El Menudito, lleno a esa hora, es un escape al sol dentro de sus frescas paredes. Con abanicos y aire lavado mantienen el lugar fresco, por lo que un menudo aún en verano puede no ser lo peor. María Magdalena estaba en la caja, a la que cada cliente se acercaba para pagar y comprar chicles después de la comida. La hija del desaparecido fundador contó que la receta era de su papá. “A él le gustaba mucho la cocina y desde muy niño aprendió a guisar el menudo”, comentó, pero la preparación “es un secreto”.
Morelos,
Barrio Antiguo
Desde hace algunos años el Barrio Antiguo ha pasado por un par de transformaciones, voluntaria o involuntariamente. La más reciente fue a raíz de la violencia por el narcotráfico. Antros, bares, restaurantes y cafés cerraron sus puertas, uno tras otro, y sobrevivieron sólo algunos cuantos valientes. Sin embargo, hoy el panorama ha cambiado bastante. Han abierto buena cantidad de establecimientos, en su mayoría culinarios, y la zona ha renacido una vez más.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Liliana Bazán.
La balacera hacia el Café Iguana, y la muerte de uno de sus conocidos trabajadores, fue – para muchos – la última gota. Las calles del Barrio, antes transitadas de día y noche toda la semana, especialmente los fines, se vaciaron casi por completo, y por espacio de dos o tres años no pasó gran cosa. Pero hoy hay actividad de nuevo. El llamado callejón del arte, que por años ha albergado vendedores a lo largo de la calle Mina, se ha extendido y es un epicentro para turistas y regios, sobre todo los domingos. Los índices de criminalidad pueden haber permanecido en el área metropolitana pero, al menos en el Barrio, la vida sigue.
“Es una zona que estuvo muy marginada, (hubo) muchísima violencia”, dice el dueño del restaurante Me Muero De Hambre, que se encuentra en la esquina de Morelos y Mina. “Se pretende devolverle esa dignidad que ya tenía. Este predio estaba baldío. Desde cero empezamos a construir un concepto que permitiera a las familias retomar las calles. Hasta hace algunos años eran puros antros y la idea era cómo tener esa convivencia, que los antros no dejen de ser antros, pero que haya también otras opciones”, afirma.
En diciembre del 2016 fue la pre apertura del lugar, que se maneja como colectivo de cocinas. En la planta baja está La Sirena Embarazada, una cevichería con platillos al estilo peruano y creaciones como el taco de pulpo al pastor. El fondo del piso es de Está Qué Arde, taquería estilo CDMX, con todo y cocineros defeños que sirven tacos al pastor desde un renovado camión de bomberos que data de 1941. En el primer nivel está Matarile, cantina y antojería de diferentes regiones de México.
En la terraza abrirá próximamente La Divina Pizza, cuyo horno se armó en el lugar, piedra por piedra. Aquí tienen sembrados algunos ingredientes que utilizarán en la cocina, como romero, albahaca y arugula. Además habrá pequeños viñedos que llegarán hasta el techo. El día de la entrevista había colocada una mesa en medio del espacio vacío porque un hombre iba a proponer matrimonio ahí a su novia. “Queremos que las historias de otros sean también nuestras”, comenta el dueño.
El restaurante pronto ofrecerá desayunos, como tacos de carnitas, porque han visto que los comensales llegan más temprano ciertos días, como los domingos. Y se ha cuidado cada detalle, desde los menús hasta el diseño. Artesanos de Michoacán hicieron las puertas de madera y la cantera, para que el conjunto de lugares tuviera cohesión.
“Sabía que iba a ser difícil pero es gratificante”, continúa, “lo que queremos es convertir esto en un corredor como los de Europa, que la gente pueda estar en la noche disfrutando, caminando, todo. Tiene todo esta zona para ponerse de tú a tú con otros lugares”.
Más que cerveza
Sobre la misma calle, pero entre Coss y Diego de Montemayor, está el Almacén 42. Beto Herrera, organizador del Festival de la Cerveza y promotor de esta bebida artesanal, abrió el lugar hace poco más de un año junto a otros socios. Entre éstos, el chef Jesús Elizondo, quien se encarga del aspecto culinario.
Herrera afirma que están en la tercera edición del menú. Para no tener sólo snacks de bar, Elizondo, quien además maneja el restaurante y panadería Benell en Tampiquito, puso su sello en los platillos. Entre éstos, los chilaquiles verdes a base de chile piquín con crema de cacahuate, pollo a la plancha, aguacate, queso de rancho y huevo estrellado, y la hamburguesa de sirloin y pork belly con queso cheddar y chips de camote.
El establecimiento se enorgullece de su carta de 42 cervezas nacionales, de ahí el nombre, y en la que hay aproximadamente unas 15 botellas locales. “No son las mismas”, aclara Herrera, “hicimos la cuenta y hemos dado de alta cerca de 150 cervezas. Nos mandan de Ensenada, se acaba y metemos de otro lado o locales. Las vamos actualizando, el menú se imprime de dos a tres veces por semana. De repente puedes estar echando cheve y pasamos y te cambiamos el menú. Las de la casa son de Albur, que un socio es socio del bar. Son cuatro de línea y una o dos de temporada”.
Además de la cerveza y la comida, hay otro eje que Herrera menciona como de importancia para ellos: la arquitectura y el ambiente. El bar está montando sobre contenedores marítimos y la música cambia dependiendo del día. Los jueves hay bandas de jazz, los viernes son de diferentes DJs que tocan música análoga, los sábados son de fiesta con house y los domingos hay un grupo en vivo que interpreta canciones de los años 80 y 90.
El lado italiano
Más abajo en Morelos, una calle antes de llegar a Constitución, está la segunda sucursal del restaurante del chef Paolo, el Ciao Italia. Su socio y cuñado, Joel Salazar, afirma que la cocina de este local y la del de Vista Hermosa son iguales, incluso tienen los mismos cocineros y se van turnando. Sin embargo, la atmósfera es diferente.
Mientras que el primer establecimiento, abierto desde hace 15 años, es más pequeño y resalta por sus manteles blancos, este segundo cambia de cuarto a cuarto. La entrada tiene mesas que dan a la calle y más adelante reciben luz del techo semi abierto. Después hay otras de sensación más acogedora y con vista al patio, y luego en éste hay mesas de madera y sombrillas para el sol. Pero la constante en ambos lugares son sus pizzas delgadas de horno de leña y las pastas.
“La cocina la creó y formó Paolo”, afirma Salazar, “él dijo cómo hacer los platillos, qué ingredientes usar”. Y en esto, según el hombre, está el secreto. “La diferencia es la masa, para empezar”, recalca, “la harina no es la misma, es una combinación, son de calidad, no son comerciales. Aparte la delgadez, la cocida con leña y los productos de primera. Todos los que ponemos sobre los platillos son de primera, no son de que parecen, o un día sí y otro no, compramos a diario”. Con apenas poco más de un año y medio de haber sido inaugurado, Salazar asegura que es la buena sazón lo que ha dado a conocer al restaurante. Tanto, que reciben cada jueves en la noche a una comunidad de italianos. “Mínimo ocho y máximo veintitantos italianos”, dice, “entre ellos gente que tiene restaurantes, inclusive uno tiene cuatro negocios de pizzas y dice que viene aquí para comer la mejor de Monterrey. Está muy buena, la verdad”.
Sobre la actividad en la zona, Salazar también tiene una opinión favorable. “El Barrio estaba apenas como que retomando. Estaba La Chunga y otros negocios que siempre han estado, que sobrevivieron. Poco a poco ha ido levantándose. Es lo que queremos, que venga más gente”, comenta.
De postre, un cafecito
Para finalizar un recorrido culinario nada como el café. En esta calle hay varias opciones y una de las más nuevas es el Seabird Coffee, a un lado del antro Casa Morelos. Igual que otros lugares en el Barrio, recibe clientes locales y foráneos, situación que aprovechan para incrementar su menú. “Recibimos muchos extranjeros y podemos saber el café de su región o país y hacerlos sentirse como en casa”, dice el barista Eduardo Guereca. El pequeño local tiene dos mesas adentro y sillas en la barra, y dos mesas más hacia el exterior. Abrió hace cuatro meses y usan granos nacionales, de Veracruz, Oaxaca o Chiapas, e importados, de Brasil, Kenia, Salvador, Costa Rica y Colombia. Reciben baristas invitados y, como buena cafetería joven, preparan en chemex, prensa y dripper, y hacen bebidas en frío: cold brew y otra que lleva jugo de naranja. La idea del lugar es “que pudiera ser algo casual, ir caminando al mercado o a tu restaurante favorito y te encontraras con un área semi abierta, que pudieras aclimatarte al recorrido del Barrio Antiguo”, explica Guereca.
Mientras, nuevos proyectos culinarios ya están en puerta para la zona, no sólo en la calle Morelos, y el Barrio es parte de una regeneración más grande del centro, lenta pero segura. Como otras grandes ciudades que han pasado por este proceso, falta ver qué parte de la historia será rescatada, cuáles antiguos inquilinos se mudarán y si hay otra transformación inesperada para Monterrey.
Jiménez
San Pedro
Hace poco más de dos años fue renovado el camellón de la calle Jiménez, en el centro de San Pedro. Hay opiniones encontradas sobre los cambios que esto ha traído: menor espacio para estacionamiento, mayores áreas para los peatones. Lo que es indiscutible es que quien pase por aquí, de día o de noche, encontrará un nutrido número de establecimientos por los que vale la pena caminar. En apenas unos cuantos metros hay suficientes opciones de tacos y hamburguesas para comer en un lugar distinto cada día de la semana.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos y Antonio Guajardo.
La calle Jiménez pertenece técnicamente al Casco Urbano del municipio de San Pedro Garza García. Se encuentra en los límites de dicha área, muy cerca de Santa Catarina. Entre las grandes avenidas Morones Prieto y Alfonso Reyes, es de apenas un kilómetro de longitud, y poco más de 300 metros extras que cruzan el río, antes de llegar a Lucio Blanco. Es franqueada por el panteón municipal y un pedacito de la colonia Santa Elena.
A mediados del 2014 su camellón central fue renovado, cuando era alcalde el panista Ugo Ruiz. Una constructora tardó medio año y gastó más de siete millones de pesos en renovar luminarias, rehabilitar el pavimento y colocar la señalización peatonal. Esto le ha dado un nuevo carácter a Jiménez. Los peatones cruzan por los pasos marcados en cada calle que la atraviesa y en la noche pasean decenas de personas con sus mascotas. Hay además aparatos públicos para hacer ejercicio y plantas suculentas colgantes.
Pero, entre las escuelas, papelerías, estéticas, mecánicos, guarderías, costureras y carnicerías, hay sobre todo muchos establecimientos de tacos y hamburguesas, principalmente. Muchos para un espacio relativamente reducido. Además de la plaza que cuenta con los restaurantes Seis Chiles, de comida mexicana en un ambiente de diseño bien cuidado, y el Café Colibrí, originario de Puebla, están: los tacos La Cotorra; los Tacorriendo, en la esquina con Vasconcelos y también de hamburguesas; los Dug Out, de ambos mencionados platillos; los Súper Tacos, de quesadillas estilo CDMX; los “de la alberca”, junto a unos antojitos mexicanos; hamburguesas Las Matonas, que abren los fines y son al carbón; una tortillería La Capilla, que además vende cartones de huevos; los famosos Picosos de Puebla, de noche; los Audio tacos, al vapor y también de tortas; entre otros que pudimos contar al mes de abril.
Desayuno
“Aquí estaba muy feo el camellón”, asegura José Jaime Guevara, dueño de Jugo Terapia, un puesto de jugos que dicho joven puso hace seis semanas afuera de su casa, en la esquina con Emilio Carranza. “Yo tengo fotos del antes y después. Ahorita está bonito. De hecho hay mucha más gente”.
“Aquí estaba muy feo el camellón”, asegura José Jaime Guevara, dueño de Jugo Terapia, un puesto de jugos que dicho joven puso hace seis semanas afuera de su casa, en la esquina con Emilio Carranza. “Yo tengo fotos del antes y después. Ahorita está bonito. De hecho hay mucha más gente”.
José Jaime atiende rápido y hace el jugo que le pidas al momento. Nos da sus teléfonos (8338 4798 y 81 1788 1876) porque puede tenerlo preparado para que el cliente pase por su pedido sin esperar. Él vive desde que nació aquí y afirma que la “pasada de los estudiantes” lo ha favorecido, por lo que se animó a poner el negocio. Abre todos los días de siete de la mañana hasta las cinco o seis de la tarde.
En las paredes afuera de la casa tiene colgados juguetes y otros objetos a la venta, pero lo que más se mueve, según él, son los jugos de toronja, el de naranja con zanahoria, y el verde, de manzana, zanahoria y apio. Tiene otros desintoxicantes o para mejorar la piel. “Me gusta mucho la jugo terapia”, admite, “yo la hago”.
En la acera de enfrente están los mañaneros Audio Tacos, que abren de lunes a sábado, de 8:00 al mediodía. Cada uno cuesta cinco pesos y son al vapor, doraditos. Hay de deshebrada, chicharrón, papa, frijol, y de barbacoa en maíz o harina. Además preparan tortas de carnitas estilo Michoacán y de bistec. Anteriormente, en las noches también vendían de trompo pero ahora se enfocan en esto solamente.
Julio César Rodríguez cuenta que el negocio tiene entre diez y 11 años y que lo que más le gusta a la gente es la salsa verde, una receta secreta. También tienen una roja molcajeteada pero definitivamente la otra es la buena. En la hora que estuvimos ahí nunca faltaron clientes. “Vivimos aquí a unas cuantas cuadras”, menciona Rodríguez, “cuando estaba en construcción (el camellón) sí bajó un poquito la venta pero ya después sí hay movimiento, lo que había bajado se volvió a subir otra vez. En parte sí nos ha ayudado en las noches, sí lo usamos mucho la gente alrededor para caminar. Estuvo bien”, asegura.
Comida
Otra opción para el almuerzo es Comidas Siria, en la esquina con Fresnos. De lunes a viernes abre de 8:00 a cinco de la tarde, los sábados hasta las cuatro y los domingos hasta las tres. En la mañana hay tacos de barbacoa, deshebrada, picadillo, chicharrón, además de huevos al gusto. Y al mediodía lo más popular son las enchiladas suizas y la pechuga rellena, que pueden ir acompañadas de frijoles, arroz, espagueti, puré o ensalada. También hay flautas y filete de pescado, y comidas del día, como asado de puerco y bistec a la mexicana. El negocio pertenece a Siria Maribel González, quien empezó junto con su mamá hace más de 18 años. La señora, del mismo nombre, ya no trabaja por su edad, pero su hija continúa cocinando y atendiendo con ayuda de otras mujeres. Los principales clientes, platica la dueña, son estudiantes de prepa, trabajadores de oficinas y del Municipio, arquitectos, “todo tipo de personas”.
González afirma haber nacido en la colonia, sin embargo no está exactamente feliz con las recientes remodelaciones. “El camellón de en medio quitó mucho espacio”, asegura, “no hay mucho lugar de estacionamiento. Aunque ellos (los clientes) quieran llegar, siguen su camino, hay varios que me lo dicen”. Una forma en que sus asiduos comensales resuelven esta situación es que le marcan antes de pasar por su comida para llevar o para que ya esté lista cuando lleguen. “Sí está muy bien”, opina la mujer, “y quedó muy bonito, pero sí molestó mucho a la colonia”.
Cena
Los Picosos de Puebla son quizás los tacos mejor conocidos de la calle Jiménez. Tienen aproximadamente más de 15 años en la esquina de Emilio Carranza, frente a los jugos, y abren a partir de las siete de la noche. Hay un par de mesas en la banqueta y tres más al lado de la barra, al final de la cual está el fragrante y colorido trompo. Los taqueros traen mandiles amarillos y atienden rápido. Lo que más venden son las harinas, como les llaman a las gringas, piratas y campechanas. Y también aquí la salsa verde es la preferida. “Todo viene a originarse de las raíces de donde somos, del estado de Puebla”, cuenta de memoria Isaac Mora Sánchez, el joven encargado del trompo. Dice que en el pueblo “todos nos dedicamos a los tacos. Somos taqueros de herencia. Nuestros padres, nuestros abuelos, ya vienen con este oficio y nosotros lo continuamos. Desde que tenía 10, 15 años estoy aprendiendo”.
Según Mora, de San Nicolás Buenos Aires, el pueblo al oriente de aquel estado, han salido diez mil taqueros, ahora repartidos por todo el país. “Desde Yucatán hasta Tijuana”, afirma. “Hay muchos paisanos del estado de Puebla”, dice sobre Nuevo León, “en Guadalupe los conocen como El Pueblita. En Santa Catarina, San Nicolás, hay varios en Monterrey. Todos tenemos contacto”.
San Nicolás Buenos Aires es además conocido como la cuna del taco al pastor, o trompo, como se le llama en el norte. “El registro que está en la presidencia municipal dice que ahí fue donde se creó”, menciona Mora. La diferencia entre los que ellos preparan y los tacos de trompo de Monterrey, por ejemplo, es que “el corte es directamente del trompo del horno”, explica el taquero, “lleva piña, salsa, verdura. El del norte va a la plancha, es más simple, por así decirlo”.
Sobre el tan mencionado camellón, Mora tiene sobre todo una opinión favorable. “En el principio esta era una orilla del municipio”, dice sobre la calle Jiménez, “con la ampliación del camellón sí se ha visto una diferencia, modernización. Se han construido más centros comerciales muy cerca, le da entrada y salida a mucha gente”, finaliza.
Av. del Estado
Zona Tec, Monterrey
Por su cercanía a la universidad, la calle está llena de comensales jóvenes, sin embargo no son los únicos. La iniciativa Distrito Tec trabaja desde hace tiempo para crear un área atractiva para quien quiera experimentar la ciudad a pie, entre establecimientos que apoyan la economía local y con actividades diversas. Mientras tanto, la oferta gastronómica no hace sino crecer, lo que convierte a la zona en una excelente opción para cualquier momento del día.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Elena Urueta.
Como muchos puntos de la ciudad, Avenida del Estado parece estar en constante remodelación. Tiene una plaza de varios pisos casi terminada y, a principios de mayo, el proyecto de ampliación de banquetas se llevaba ya a cabo. El ingeniero que paseaba por la obra dijo que además crearían espacio para bicicletas y plantarían árboles. Esto es parte del trabajo de Distrito Tec, cuyas oficinas se encuentran en esta vía, y de la labor que hacen para reactivar una zona ya bastante viva. El amplio estacionamiento del 7-Eleven también cambiará, comentó Lorena Pulido, de dicha iniciativa. Pero si de comer se trata, hay para casi todos los paladares. Di Massimo es uno de los restaurantes con mayor trayectoria en el área, y comparte la calle con los establecimientos de banda y mariscos, El Torito y El Arbolito. El toque veracruzano lo pone La Jarochita, al otro extremo, vecino de unos antojitos mexicanos. El café Azúcar Morena tiene aquí una de sus sucursales, ideal para ir entre clases o para tener pequeñas juntas. En medio de todo, de acera a acera, hay otros negocios, la mayoría con estudiantes, foráneos y demás clientes. Entre hamburguesas, nieves y jugos, hay una barbería, lavandería, agencia de viajes, y más.
Para empezar
“Los mejores tacos del mundo, quizás del universo” es el humilde lema de los Combitacos. Además de esta sucursal, frente a la farmacia Guadalajara y debajo de La Charanda, se encuentran también en Mitras centro, Leones y Cumbres Elite. “Hay otro igual, una imitación que nos hicieron”, dice el taquero Saúl García, “pero la (camioneta) original la tenemos en Cumbres”.
García tiene dos años de trabajar el turno de la mañana, de 6:30 a tres de la tarde. A esas horas los guisos son de papa con huevo, machacado, tinga en chipotle, frijolitos, papa con queso, picadillo, chicharrón rojo y verde, alambre, papa con chorizo, deshebrada, barbacoa y rajas con queso. Lampreados son los de chile, coliflor y manita de puerco deshebrada.
“El que más se mueve es el chicharrón verde, la barbacoa, los chiles lampreados y el alambre”, asegura el joven. Los tacos están además de noche, de 18:00 a 2:00 am, horario en que venden de trompo, bistec, molleja, tripita y chorizo. Javier, encargado de la caja ese día, comentó que tienen venta de guisos por kilo e incluso van a eventos. El taco lo sirven bastante bien relleno y los de maíz son de tortilla amarilla. El de papa con queso puede ser difícil de comer, pero se soluciona con una cuchara. Cada uno cuesta 11 pesos, a excepción de los de barbacoa, chiles, coliflor y manitas, a 13 pesos. Para estudiantes con credencial tienen descuentos de cuatro tacos y una soda por 48 pesos en el día, y 52 en la noche. Su espacio es amplio, con varias mesas de plástico rojas adentro del local. El servicio esa mañana fue rápido, pues no había muchos clientes, y hay, como en toda taquería que se respeta, buenas salsas para escoger.
Un café único
Sobre la misma acera, unos metros más adelante, se encuentra un negocio decididamente diferente. El Lijiang Maid Cafe comenzó como un restaurante de comida china pero hace cuatro años cambió a este concepto japonés, aunque su menú abarca más gastronomías. Los maid cafés iniciaron en el país asiático a principios de siglo como lugares de cosplay, con meseras disfrazadas y un trato más hogareño. Desde entonces se han replicado a nivel mundial.
“En la entrada tenemos el área de anime”, explica Brandon “Roku”, el host, “tenemos imágenes de ‘Shingeki No Kyojin’, de ‘Gundam Wing’. Posteriormente sigue el área de Hello Kitty, la mesa o área de Rilakkuma, el área Lolita y el área coreana”. El joven, vestido de corbata y con cabello colorido, tiene apenas cinco meses de trabajar aquí pero, asegura, siente que pertenece. Algo similar ocurre con los comensales. “Es un lugar donde la mayoría de la gente viene por el ambiente”, opina, “desde luego la comida está muy rica, la atención ni se diga, pero vienes y sientes una conexión con todo el lugar. Tiene el anime que te gusta, el grupo japonés o coreano que te gusta, te puedes sentir cómodo”.
A pesar de que, según Brandon, niños y adultos se emocionan con imágenes y objetos clásicos de Dragon Ball, Arale y Sailor Moon, lo que más reacciones provoca es la comida. Tienen un curry que preparan con un monito de arroz, como si éste se estuviera dando un baño de vapor en el caldo; o el okonomiyaki, una torta en la que dibujan lo que pida el cliente. “También tenemos un hechizo que hace que la comida sepa más rica”, continúa, “nos ponemos todos los de la mesa, yo digo unas palabras y ellos la repiten. Es temática del lugar”.
El Lijiang Maid Café, nombrado por una provincia china, abre de miércoles a lunes de 12:00 a 19:30. Su chef, Raúl Alejandro, mencionó que tienen cuatro tipos de cocina: la japonesa, china, coreana y fusión de americana, japonesa y mexicana. “Lo que piden mucho es el ramen y el curry”, aseguró el graduado del Icmac. El extenso menú abarca desde tradicionales entradas como papas a la francesa, aros de cebolla y nachos, pasando por más de diez tipos de ramen, udon, chow mein, noodles, chop suey, curry, dumplings, yakis, bibimbap, takumis (burritos fusión), hasta postres asiáticos, bebidas, cafés y nieve.
Más de Asia
Para la comida visitamos Kebabes by Lahm, un lugar que, como su nombre indica, sirve kebabes, pero también gyros, tacos árabes, volcanes y papas asadas. Abren de domingo a jueves, de 13:00 a 00:00 horas, y viernes y sábados hasta las 2:00. Tiene otra sucursal en Centrito, que cierra más tarde, a las 6:00, por aquello de los comensales que vienen saliendo de antros y bares. Ambas cuentan con servicio a domicilio y también en las dos lo más pedido, de acuerdo al gerente, es el kebab de cordero. “Es el tradicional, porque los dueños son una familia de árabes”, explica.
Lleva carne de cordero importada, de acuerdo al menú, tzatziki de la casa, lechuga, tomate y papas a la francesa (dentro del envuelto), en pan artesanal libanés. Lo sirven cómodamente enrollado en papel aluminio, que puedes ir “deshojando” mientras lo comes. A la mesa llevan diferentes aderezos por si el tzatziki no es suficiente. Otros platillos incluyen el kebab norteño, que preparan con sirloin; el mixto, con ambas carnes; y el Philly, con sirloin gratinada con chile morrón, cebolla y champiñones. Además están los mencionados gyros, el kebab falafel de vegetales, y más. Por ser zona estudiantil no escasean los combos: los martes hay 2x1 y los miércoles el gyro y refresco lo venden a 99 pesos.
Distrito Tec
De acuerdo a Distrito Tec el territorio que abarcan comprende 452 hectáreas o 24 colonias. Una de éstas es el Tecnológico de Monterrey y sus 52 hectáreas. Algunas avenidas importantes son Garza Sada, Revolución, Luis Elizondo, Junco de la Vega y José Alvarado. Para Lorena Pulido, gerente de capital social y comunicaciones de Distrito Tec, el servicio de restaurantes en la zona ha cambiado, entre otras cosas, gracias a dicha iniciativa de regeneración urbana. “Para lograr que sea una zona atractiva donde la gente quiera vivir, estudiar, estar, necesitamos muchas cosas”, comenta, “desde espacios públicos de calidad, la oferta de servicios, actividades, expresiones de arte, etcétera”.
Por esto desde hace casi un año empezaron con una activación llamada Godiner, ya que va dirigida al mercado de oficinistas que buscan un after office. “Vamos a distintos locales del Distrito Tec y como cada local es diferente, cada experiencia es diferente”, continúa. “Hemos tenido con Azúcar Morena, que fue hacer una cata de diferentes cafés. En Eco Bikes hubo una rodada. Fuimos a Tito’s Alitas Adictivas, nos hicieron alitas, pusieron un asador. Fuimos al Mille Délices, etcétera. Todos estos negocios que están ya en la zona, que están haciendo las cosas bien, como iniciativa queremos posicionarlas, darles visibilidad, que la gente los conozca”, dice la gerente.
Dr. Aguirre Pequeño
Mitras Centro, Monterrey
Esta calle es un eterno ir y venir de carros en un solo carril, y de estudiantes en su camino a la Uni de medicina. A ellos también se les ve en grupos sentados dentro y fuera de los establecimientos de la zona, en la que la comida es rápida y barata. Prevalecen restaurantes mexicanos, de snacks y jugos, todos conviviendo en la misma acera de esta pequeña, pero bulliciosa vía.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.
El campus de ciencias de la salud de la Universidad Autónoma de Nuevo León, con las facultades de medicina, psicología y demás, y el hospital universitario, está bordeado a lo largo por la avenida Gonzalitos de un lado, y por el otro de la calle doctor Eduardo Aguirre Pequeño. A diferencia de la primera gran arteria, ésta segunda es considerablemente estrecha, con apenas un carril para conducir en un solo sentido. El otro funciona como estacionamiento público gratuito.
Mañana, tarde y noche tiene un tráfico local lento, agravado, no nada más por estudiantes, trabajadores o pacientes y sus familiares, sino por el hecho de que las nueve cuadras que comprende la calle, y las que la interceptan, están tapizadas de restaurantes y vendedores ambulantes de snacks.
La mayoría son locales de precios bajos y comidas rápidas. Hay varias juguerías, desde la conocida La Michoacana, en cuyos escalones se ven a jóvenes alumnos con libros abiertos, hasta otros negocios como Señor Natural y Jugos & Jugos. Establecimientos de platillos mexicanos como La Tía, Las Gorditas Zacatecanas o Las Cazuelas, que anuncia “el mejor caldo de res de Monterrey” y en donde también venden huevos al gusto, tacos de guisos, enchiladas, entomatadas, milanesas y más. Mención aparte merecen Los Jarritos, que iban muy recomendados pero que no quisieron darnos entrevista. Al parecer siempre está concurrido. Acá lo bueno, según comensales asiduos, es la pechuga empanizada rellena con chipotle, y en su menú tienen también mole, milanesas y ensalada de pollo.
Entre las tiendas de libros de medicina y guardarropa para doctores, las lavanderías y papelerías, los cuartos en renta y la iglesia cristiana, se encuentran otros restaurantes de comida china, nachos y chillidogs y muchas otras botanas.
Lo tradicional
En la primera cuadra, esquina con Reforma, se encuentra La Cotorra, un pequeño pasillo con una entrada blanca de madera. Ahí se sienta a cocinar y cobrar el dueño, cuyo apodo dio nombre al lugar, Guadalupe Aguilar Treviño. Al lado están los clásicos tacos nocturnos de trompo El Ramirón y unos metros antes está el Rey de las Hamburguesas.
La Cotorra tiene 32 años en esta área, aunque hace poco se movió de estar “a la vuelta”, según don Guadalupe. “Yo cobro, reparto y hago todos los guisos, preparo”, continúa, “no sé cocinar pero eso sí lo sé hacer”. El apodo lo obtuvo cuando era operador en una línea de autobuses. Dejó de trabajar ahí y, platica, “de repente empezamos a hacer los huarachitos. Mi señora empezó a hacer unas tortillas grandes. Fue sin querer”.
Abren de siete de la mañana a tres de la tarde y venden huaraches, burros, tacos y empalmes. El huarache es una tortilla de maíz ovalada con frijoles, queso, carne asada y cebolla morada arriba. El burro lleva básicamente lo mismo pero es de harina. Los guisos pueden ser también de barbacoa, chicharrón, deshebrada, picadillo y carne asada. Se pueden pedir los tacos o huaraches mixtos, y es recomendable para probar un poco de todo. El calor del verano también se puede sentir adentro, pero si agarran lugar cerca del enorme aire lavado es un poco más tolerable.
Lo nuevo
A todas horas continúan pasando estudiantes, algunos con batas blancas. Hay tránsitos merodeando y policías en bicicletas. En la misma acera de la calle hay tres tiendas Oxxo y 7-Eleven. Éstas, incluyendo otras cercanas, tienen áreas con mesas y sillas, adentro o afuera, y son usadas como punto de reunión por los jóvenes.
Entre los nuevos locales hay pizzerías con rebanadas a diez pesos, como Fast & Rico y Manolo’s. Éste tiene dos sucursales en la calle y en ambas venden lo mismo: burritos, tortas, papas fritas, pasta Alfredo y otras, lasaña, calzone (rellenos de jamón, queso mozarella, gouda, parmesano y salsa de tomate) y pizzas de pepperoni, jamón, salami o champiñones.
Juan Carlos Muñoz, uno de los encargados, comenta que el negocio tiene dos años y medio y fue pensado específicamente para la zona. “Está dirigido a estudiantes de aquí”, dice, “hicimos un sondeo de qué es lo que ellos necesitaban y qué tan rápido lo necesitaban. Sentimos que estos productos que tenemos nosotros son rápidos y de mucha demanda. La pasta y eso es un poquito más elaborado pero tratamos de tenerlo en menos de siete minutos”, asegura.
Abren de siete de la mañana a siete de la tarde y aparentemente no afecta la competencia entre restaurantes similares, ya que en los dos habían comensales, sobre todo alumnos, entrando y saliendo constantemente.
El Manolo’s que se encuentra entre Irapuato y Celaya tiene de vecinos a un 7-Eleven y al depósito Kansas, que es también papelería. Afuera de éste se sientan varios jóvenes a fumar y tomar refrescos. La pizzería tampoco es un gran refugio del calor pero ayuda en algo. Tiene un par de mesas adentro y otras afuera, debajo de un toldo. Al lado de la caja hay una pequeña barra con los clásicos condimentos, como chile de árbol en polvo y un bote de chipotle. El sabor de la rebanada en general no es malo y cumple su función de rapidez y saciedad por bajo costo.
Lo tradicional renovado
Casi al finalizar la calle hay un establecimiento verde con una arquitectura ligeramente oriental llamado Tea Palace. A diferencia de los demás restaurantes, éste es un oasis sin bullicio y, lo mejor, fresco. Su interpretación del té, estrictamente hablando de la planta y sus clásicos derivados, es un poco liberal. De los tradicionales calientes sólo tienen en el menú el “jazmín green té” y hay otros helados que no se alejan tanto, como el verde, negro, assam, jamaica y limón, aunque un sommelier instantáneamente reclamaría que los últimos dos son infusiones.
La amplia oferta de bebidas incluye también el té latte ginger, que puede ser helado o caliente, verde, rosa y fresa; las que nombran storms, una especie de smoothie con fruta natural, de mango, fresa, pepino-limón, piña, menta y blueberry; café y hasta chocomilk. Para comer tienen wraps y paninis de pechuga de pollo y atún, un sándwich de pan integral, jamón de pavo y queso panela, y snacks como galletas y papitas. Abren de nueve de la mañana a “seis o siete” de la tarde, de lunes a viernes. Cassandra Ramos contó que tienen ahí alrededor de tres años y medio y a diario preparan el agua con las hebras para los tés. Su clientela pide también para llevar, que es lógico considerada la zona, y la mayoría ordena bebidas heladas y tés de sabores. “A la gente le gusta más lo dulce, como el té de durazno y mango, y los paninis”, aseguró la joven.
Rápido, barato y llenador
Como era de esperarse por la zona, aquí no hay restaurantes con menús complejos ni platillos de autor. Tanto los establecimientos como los vendedores informales se han ajustado a lo que la clientela pide más: comida rápida, de precios accesibles y porciones considerables.
Por su cercanía a un campus universitario y otros comensales de oficinas guarda parecido con la Avenida del Estado, que también visitamos anteriormente para esta sección. Sin embargo, difieren en el tipo de oferta. Mientras que la zona Tec tiene cafés locales, restaurantes de diferentes gastronomías, mariscos, por nombrar algunos, acá se trata sobre todo de cocina mexicana, jugos y snacks influenciados por el gusto estadounidense.
De estos, tal vez los mejores sean los de comidas corridas caseras y los tradicionales de tacos, gorditas y parecidos. Posiblemente no sean nuevas propuestas pero son los que raramente fallan en complacer. Sin embargo, a juzgar por una simple visita, hay negocio para todos, siempre y cuando alcancen a servir antes del cambio de clases o de que termine la hora de la comida en el trabajo.
Perimetral Ote.
Santa Catarina
En las faldas de la montaña se encuentra esta transitada vía, dividida entre su lado habitacional al norte, y el comercial al sur. Aquí hay negocios de comida con mucha tradición, como las nieves de Jalisco o los tacos de hace décadas. Pero también hay gente con propuestas urbanas para comensales que quieren llevar a la comodidad de sus casas jugos, sándwiches o alitas. Si algo une a todos los establecimientos es lo costeable de su oferta y lo rico de cada platillo y snack.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.
Al noreste de Santa Catarina, la calle Perimetral Oriente se divide entre dos colonias. Adolfo López Mateos Infonavit del lado izquierdo y Mártires de Cananea del lado derecho, hacia Clouthier. Cruza con Perimetral Norte y continúa por un kilómetro más, pero para fines de esta crónica nos enfocamos en la primera parte.
Ésta es una vía en contaste movimiento, sin embargo los automovilistas aún se detienen para dar el paso a la gente, aunque no crucen por las esquinas. De fondo se impone el Pico Cuauhtémoc, de Las Mitras, mientras que abajo van y vienen camiones urbanos y taxis. Hay callejones imposibles de transitar por vehículos, aunque algunos se las ingenian, y hasta un mural de Frida Kahlo con “Las Dos Fridas”. Todavía quedan casas habitación, aunque predominan negocios: papelerías, una barbería, talleres, viveros y, sobre todo, depósitos, restaurantes y puestos de comida.
De día
Al lado del Parque Hundido, en la esquina, resalta La Media Naranja, un colorido restaurante de dos pisos. Abajo llega constantemente gente por jugos combinados y desayunos para llevar. Arriba, a la sombra y con varios abanicos, las mesas de comensales toman su tiempo. Hay hot cakes, bísquets, cocteles de fruta, sándwiches, galletas de avena, café y más.
Nereida Raquel, encargada del negocio, cuenta que están por cumplir cinco años y que, a la fecha, la gente ha respondido muy bien. “Aparte aquí hay demasiados gimnasios”, opina, “mucha gente deportista, les queda como anillo al dedo”. Los dueños, según Nereida, no son mucho de “comida chatarra y todo ese tipo de cosas”, por lo que favorecieron este menú. La encargada también dice que desde las seis de la mañana hasta las 11:00, aproximadamente, y luego de las siete de la noche y hasta el cierre, a las 22:00 horas, es cuando tienen más gente. Los domingos descansan.
En la misma acera, pero unos metros más abajo, se encuentra la heladería Benny. Nicolás Ruvalcaba cuenta que él y su familia son originarios de Mexticacán, Jalisco, “reconocido como el pueblo de la paleta”, afirma. “De ahí son los dueños de La Sultana. Esa familia tiene aquí toda su vida pero son originarios de allá. Son gente que se ha dedicado todo el tiempo a la paleta. En todo el país hay paleteros de ese pueblo”. Ellos escogieron mudarse acá por el calor, que favorece la venta de su producto gran parte del año, y sólo cierran de octubre a febrero. Tienen aquí de cinco a ocho años, Nicolás no está muy seguro, y abren de ocho de la mañana a diez de la noche. Entre seis o siete personas, tampoco hay certeza de esto, trabajan aquí.
En el mercado de abastos de San Nicolás escogen la fruta más fresca para que sus productos tengan el mejor sabor. Los smoothies, por ejemplo, los hacen diariamente y tan solo una cubeta de 20 litros lleva de siete a ocho kilos de fruta en promedio. Llaman gelatinas a los bolis, sabalitos o bollos, y también preparan grandes cantidades. Al refrigerador del frente le caben, según el hombre, aproximadamente tres mil de los coloridos tubos, y éste es rellenado a diario de una a dos veces.
Nicolás nos muestra el proceso en la parte de atrás de la tienda. Allí hay un tanque congelador con decenas de gelatinas flotando en agua con “mucho cloruro”. “A veces se revientan las gelatinas y hace que salga espuma”, explica. Todo comienza con la preparación de los diferentes sabores en cubetas, que luego van saliendo de una máquina hacia tubos de polietileno. De aquí se sellan las gelatinas y se van cortando cada 20 centímetros. La producción se encuentra en el cuarto frío, a 13 grados bajo cero, donde rara vez dura más de dos días. “No se queda mucho tiempo, todos los días estamos haciendo y hay mucha venta”, comenta Nicolás.
De vuelta al frente informa que las especialidades son los esquimales rellenos de Hershey’s, de nuez relleno de cajeta, y de mermelada de fresa, que es como un Gansito. También hay fresas con crema, paletas, y nueve de napolitano, queso con zarzamora, yogurt con mango, vainilla con chispas de chocolate, Oreo, mango con chamoy y más.
Las gelatinas cuestan $3 pesos al menudeo, los esquimales $12 y $13, y la nieve desde $7 hasta $18 pesos, “depende de las bolitas”. “Hay mucha competencia”, expresa el heladero de Jalisco, “entonces tenemos que dar un buen precio. En otras partes dan la gelatina más cara, a $5 pesos”.
De noche
Al oscurecer el tráfico sigue pesado y la gente sigue en la calle. En ambos lados hay mucho qué comer. Está La Cabaña Burguer (sic) o El Escondite, con su trompo, al lado de unos jugos. Más adelante El Güero Papas, que vende hamburguesas, tacos, papas asadas, parrilladas y anuncia tres hamburguesas especiales por $99 pesos. Tacos Lara, Tacos y lonches Chuy, Tacos y comidas Veli o Tacos Mieky (sic). A pesar de la aparente sobreoferta, no faltan clientes.
En contraste con este panorama, está El Pillo, un pequeño restaurante de alitas y hamburguesas. Lucero y su esposo también incursionaron al mundo culinario con el típico platillo mexicano ya mencionado pero cambiaron de giro hace casi dos años y ya tienen tres sucursales en el municipio. “Queremos más pillitos”, dice feliz la mujer.
Al lado tienen una tienda de ropa y del otro hay lo que parece ser un estacionamiento abandonado. En la barra del lugar hay un par de bancos pero la mayoría de los clientes piden para llevar. Esa noche hay tres jóvenes atendiendo y escuchan rock, Guns N’ Roses y Queen, entre otros. Lucero asegura que les gusta contratar muchachos para apoyarlos en sus estudios.
Axel Martínez, encargado de la caja y de atender a los clientes, tiene trabajando ahí tres meses, en “todo lo que se necesite”. Platica que lo que más venden son las alitas, la pechuga de pollo empanizada y la hamburguesa de pollo. “No encuentras aquí en estos rumbos nadie que te venda eso”, asegura. En las salsas tienen la clásica o Buffalo, color naranja y de sabor ácido. Hay otra Buffalo, “tipo Botanera”, explica Axel, la barbe cue, “algo dulzona y picante”, la mango con habanero, que “es muy picosa pero con lo dulce se contrarresta un poco”, y la cambray, también “muy picante pero muy rica”.
El resto del menú incluye chiles jalapeños empanizados rellenos de Philadelphia, papas crisscut, elotes, sándwiches ($65 c/u) chicken o el regio, de pan chipotle artesanal, arrachera, queso Monterey Jack, frijoles, aguacate y aderezo ranch; dedos de queso y papas con queso. Hay además combos de hamburguesas y alitas. Las individuales son de 250 gramos, aproximadamente de 8 a 9 piezas pequeñas, papas a la francesa y aderezo por $65 pesos, perfecto para una persona. Antes de irnos, Lucero nos recomienda probar los tacos Juve y Crisor. Éstos últimos ya los reseñamos anteriormente, pero hay que nombrarlos, ya que tan solo esa noche de viernes a las 20:00 horas había una fila aproximada de 30 personas afuera del negocio. Los Juve, también concurridos, fueron mencionados además por la encargada en La Media Naranja, así que fuimos.
Éstos se encuentran frente al Parque Hundido y son imperdibles, por su logo con un chile verde jalapeño al lado del nombre. Tienen aquí 24 años, según recuerda el mismo don Juve, aunque admite que los más antiguos eran El Compadre, que se cambiaron a “la cuchilla, en 1 de Mayo”.
“Empezamos, como dicen, desde abajo”, continúa el hombre, “en este mismo lugar. Era un puestecito de tacos normal, como todos, y pues fuimos creciendo, progresando. Empecé de todo, ahorita estoy aquí (en la caja) a veces estoy en la carne. Si se necesita cortar trompo, preparo gringas, piratas”.
El propietario indica que lo más pedido son sus famosos chiles jalapeños ($30), tanto para comer ahí como para llevar, y presume los taquitos de champiñones naturales guisados, que él mismo hace. Abren de siete de la noche a dos de la mañana y cierran los martes.
Hay además tacos de carne asada; gringa, pirata y campechana ($38 c/u), quesadillas, papa asada ($55), frijoles charros y cebolla asada. También carne por kilo: sirloin ($250), trompo ($320) y arrachera ($400), y tacos de éstos mismos productos. Pero cada vez es más tarde y don Juve se apresura entre clientes, repartidores y meseros, así que lo dejamos. Como en muchos lugares de la calle, la noche apenas empieza y hay mucho que comer.
Aramberri
Centro de Monterrey
Como tantas vías de esta zona de la ciudad, Aramberri es sede de los primeros establecimientos gastronómicos de Monterrey, además de otros puntos históricos. Hoy continúa su caótica pero incansable vida gracias a los vendedores ambulantes, puestos de tacos y miles de comensales cuyas labores los llevan a diario por aquí.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.
Cinco kilómetros, poco más, poco menos, son los que comprende la calle José Silvestre Aramberri. Ésta comienza en Pablo González Garza, también conocida como Fleteros, cruza todo el centro y termina en Félix U. Gómez. De un polo a otro cambia drásticamente de cara. En el lado oeste o poniente, que es más bien “extensión Aramberri”, es de metros bardeados por el Panteón Dolores, algunos comercios, y casas habitación de unas décadas atrás. Pasando Venustiano Carranza, y más adelante la Alameda, sigue siendo relativamente tranquila. Pero una vez atravesando Cuauhtémoc, sobre todo donde cruza con Juárez, el tráfico constante, los vendedores ambulantes y los peatones la convierten en un ruidoso y sofocante caos, especialmente en pleno verano.
Esto, claro está, también la hace un excelente corredor culinario, con comida mexicana barata y honesta, como la mayor parte del centro de la ciudad. No puede darse el lujo de tener una oferta ostentosa, y sin embargo, es a sus alrededores a donde acuden diariamente cientos de dueños de restaurantes y chefs por materia prima.
Por motivos de esta crónica y su espacio, como siempre, nos limitamos solamente a cubrir las cuadras que van desde Cuauhtémoc hasta antes de llegar a la escuadra de Zuazua. Unos metros más delante de ésta, se localiza la famosa casa de Aramberri, escenario de un crimen que ocurrió en los años 30 y que se volvió una de las más famosas leyendas de la urbe. Pero como hoy en día no es más que un jardín sin techo y paredes casi derrumbadas, y como ahí no venden comida, nos la pasamos de largo. Con todo respeto.
Mujeres al frente
Cerca del mesón Estrella y a dos cuadras del Mercado Juárez, ambos importantes escenarios gastronómicos de Monterrey, se encuentra un pequeño restaurante de comidas, Conchis. Lleva el nombre de su dueña, quien ese día estaba sentada al fondo del lugar, escribiendo en cartulinas fosforescentes para buscar empleados.
En la entrada, del lado derecho, hay una fila de humeantes cazuelas con guisos y una plancha, en la que dos jóvenes mujeres preparan los platillos. Al lado está la caja y hay unas diez mesas en total dentro del espacio, que incluye un lavamanos y una pequeña hielera. Aquí venden tacos, gorditas, menudo, enchiladas y tostadas preparadas. Según Concepción Moreno, la mayoría de sus comensales piden gorditas de asado, chicharrón, picadillo o deshebrada.
“Mi suegra fue la que empezó en este ramo de la cocina y nosotros le dimos seguimiento”, platica la propietaria y también cocinera, “tenemos unos 15 años dedicándonos a esto”. Abre su negocio de 7:30 de la mañana a 4:30 o cinco de la tarde, dependiendo del trabajo.
El establecimiento tiene poco menos de un año y anteriormente era de tacos. “Se nos presentó la oportunidad de que estaban rentando el local”, recuerda Concepción, “antes andábamos en mercados rodantes”. Sobre la concurrida ubicación, dice que “se acostumbra uno al ruido”.
A unos pasos del Conchis las banquetas son casi infranqueables, sin embargo los peatones no se detienen. El motivo de los obstáculos son los vendedores semi ambulantes, quienes ofrecen desde temprano una envidiable variedad de frutas, verduras y otros alimentos. Entre ellos hay también puestos de tacos, de botanas embolsadas, piñatas y demás.
María Aurora Guerrero está de pie frente a su mesa, que hace las veces de tabla de cortar y exhibidor de nopales. Desde las nueve de la mañana y hasta las seis de la tarde corta tunas y pencas, les quita las espinas y las embolsa en paquetitos de medio kilo o kilo, éste último a $20 pesos.
“Tengo 14 años en sí, en sí”, relata María, “mi labor es exhibir la tuna y el nopal, que se vea lo más limpio, lo más delicado. Es lo que entra en el cuerpo”. Como buena vendedora de la calle, admite nunca haber contado cuánto producto mueve en un día, pero dice que una caja viene por kilos y cada una trae entre 20 y 30 kilos. Cuántas utiliza, no sabe o no quiere decir.
“Empezamos nosotros en Ocampo”, continúa, “de ahí nos vinimos para acá. Allá cerraron, ya no hay locales. Era al lado del mercado, ya no quedó nada ahí”. Su madre la releva los fines de semana, de viernes a domingo, y mientras descansa. Fue con ella con quien María aprendió el oficio, por lo que, después de reflexionar rápidamente, calcula que tiene mucho más de 14 años en el comercio. “Toda mi niñez fue trabajar esto con mi mamá”, asegura.
Mientras platica va quitándole espinas a una penca de nopal, para limpiarla y luego picarla, todo con el mismo enorme cuchillo. Éste lo deja caer con la hoja directo a la palma de su mano y los dedos, lo que le provoca muchas pequeñas cortadas, pero que no sangran. “No son callos, son cortaditas”, dice riendo, “ya está la piel bien pulida. De repente sí me lastimo pero nos ponemos un gel, como una cera. Así toda la espina se resbala”. El paso final es agregar cilantro arriba de cada bolsa, para que se vea bien y la gente lo compre más, afirma sabiamente María.
De tacos, mariscos y alcohol
Casi esquina con Aramberri, sobre Juan Méndez, se encuentra la cantina La Derrota, que nos fue señalada por uno de los varios vendedores de la zona. Otros establecimientos similares son el Lontananza, de más de cien años y que ofrece cocteles de camarón, pulpo, campechanas, tostadas de ceviche y otros platillos de comidas corridas; una cervecería llamada La Pantalla, y el famoso bar Beto’s, de ambiente más rockero.
Del otro extremo de la gama de sitios históricos, también está la primeria iglesia bautista, cuyo llamativo edificio data de 1927. Son vecinas las tiendas de plantas medicinales y de materia prima, además de conocidas marcas culinarias como Kesos y Kosas, la antigua carnicería La Fortuna, el restaurante de mariscos Vitamar, y muchos más.
Aunque es en la vecina colonia Obrera donde se encuentra otra calle famosa por sus varios puestos de tacos rojos, acá también hay al menos un vendedor de este sencillo pero muy buscado platillo. Juan Carlos Pérez asegura que los suyos son los más ricos y que por eso sus clientes siempre que se sientan piden más. Está aquí desde hace poco más de seis meses y tiene otro punto en 15 de Mayo.
Abre de siete de la mañana a diez de la noche y nada más llega a vender, pues todo viene preparado con anterioridad. Además de los clásicos de papa, también ofrece tacos de harina y al vapor, de chicharrón, deshebrada y frijol. Tiene dos salsas, como todo taquero respetable, la verde y una entre roja y anaranjada de chile serrano. Hacia el lado oriente hay dos muy conocidos y muy emblemáticos restaurantes regios, la Taquería Juárez y la Rosa Náutica. En números anteriores de esta revista los hemos entrevistado y valen bastante la pena conocer sus historias. El primero se localiza en Galeana, entre Aramberri y Ruperto Martínez. El segundo es vecino, literalmente, y está en la esquina que se extiende hacia la vía que protagoniza esta crónica.
Es frente a los taquitos dorados de la Rosa Náutica que abrió en 1993 La Haya, un lugar de comida del mar, en toda la extensión de la palabra. Es un oasis del calor de Monterrey y del centro, climatizado, de iluminación cómoda y muchas mesas de madera. Es de bastas porciones y pasando el mediodía se llena de oficinistas, familias y más.
De entradas sirven aguacate o piña rellenos ($105 y $185 pesos, respectivamente) y hay también los clásicos: tostadas, tacos, cocteles, caldos y filetes. Para los que no se contentan con la oferta de siempre, venden molcajete de aguachile ($150), ancas de rana al gusto ($130) y hasta pulpo entero ($230). Ideal para probar un poco de todo, están las mariscadas, para dos personas ($280) o para cuatro (($460). Es un enorme plato que va al centro, compuesto de varias cazuelitas. Hay coctel de camarón con rebanadas de aguacate, camarones a la diabla y empanizados, arroz, ancas de rana que pueden cambiarse por filete, aros de cebolla y papas a la francesa. Claro, por si no llenan, también llegan a la mesa pequeños caldos de pescado de cortesía, tostadas, galletas saladas y una selección de salsas de la casa y en botella. Excelente opción para culminar un recorrido en una calle que realmente no se puede abarcar culinariamente en un solo día.
Real Cumbres
Poniente de Monterrey
Hace poco más de una década comenzó a extenderse la colonia Cumbres. Hoy sigue su crecimiento, que aparentemente no terminará pronto. Y a donde va la gente, tiene que forzosamente seguir la comida. Esta pequeña avenida es muestra de lo anterior, con una gran oferta para tan reducido espacio. La mayoría son restaurantes pequeños, pues están en construcciones pensadas para casas habitación, con tickets promedio que no rebasan los $200 pesos. Sin embargo, hay suficiente variedad como para quedarse en la colonia entre semana.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos y Salvador Rodríguez
Yendo por la larguísima avenida Leones hacia el poniente, como si quisiera uno ir a García, pero no, baja a la derecha en Cumbres Elite. Unos camellones después, ésta se convierte en Real Cumbres, una pequeña vía de kilómetro y medio poblada de todos los restaurantes que puedan caber entre dos aceras, y que topa en Lincoln. Una rápida visita, no concluyente, da cuenta de los siguientes lugares: Sushi House al lado de Tortas Locas Hipocampo, Takiro (como el de Colinas de San Jerónimo), Masa Rica, Gorditas doña Cary, Beers, Burgers & Beans, Kiripollo, tortillería Renny, bar San Blas Grill, Cinema Hochos, El Pikín, Bahía seafood; así como locales de las cadenas Farmville, Delicias del Contry (junto a un spa), Capricciosas, pescadería Martínez Tijerina, entre otros.
Buena parte de la población en Monterrey decidió desde hace años vivir en Cumbres, y sus muchos derivados (Cumbres Madeira, Bosques de las Cumbres, Cumbres Quinta Real, etc.), y no iban a atravesar montañas para ir a comer. Por eso no es extraño que prácticamente todos los locales aquí sean casas convertidas para su nuevo propósito. En el corto espacio de áreas entre verdes y cafés, hay también barberías, papelerías, plazas en construcción, clases de zumba, hasta un laboratorio, y claro, tráfico, muchas taquerías, y curiosamente, varios establecimientos con comida de CDMX.
De día
Al lado de unos tacos de la Rosa Náutica, aquel icónico restaurante del centro de la ciudad y que también hemos visitado, está El Colibrí. Inició hace tres años y tiene almuerzos, licuados, jugos verdes, aguas frescas y, como dice el cajero Javier González, “cosas nutritivas”. Abre de lunes a sábado de siete a seis de la tarde.
Las horas pico, según el mismo empleado, son de siete a nueve de la mañana, “porque van los niños a la escuela y llevan jugos, sándwiches”, comenta. “Vemos más a las mamás cuando vienen del ejercicio, de bailoterapia se pasan aquí. Los sábados son reuniones familiares”, explica. El segundo piso del lugar funciona como bodega y oficina, y en efecto, ese día había una mesa afuera con mujeres jóvenes en ropa deportiva desayunando. “La gente quiere tranquilidad”, afirma González.
Sobre la misma acera está La Ventanita, una de las varias taquerías del área. Una mesa llena de adolescentes con uniformes deportivos comía ahí ese día. Como muchos, no quisieron darnos una entrevista pero vale la pena mencionarlos, al menos por lo ocupados que se veían y que hace suponer que tienen un producto buscado. Venden tacos al vapor, además de guisos por litros, ceviche y otros platos caseros.
Del otro lado de la calle está el Taco H, que por las mañanas tiene tacos, mariachis y burritos, y por la tarde y noche ofrecen tostadas de ceviche, tacos de pescado y camarón. Tienen apenas tres meses aquí y abren de ocho de la mañana hasta la medianoche, de martes a domingo. Angélica Velázquez, mesera y cocinera, explicó que los mariachis ($40 - $60) son de CDMX. Llevan frijol y guisos como huevito con jamón, salchicha, tocino o machacado. Los burritos ($75) son de bistec con arroz, frijoles, lechuga, tomate y aguacate, y van en una enorme tortilla. El dueño, José Luis Banda, nos invitó a volver en la segunda visita que hicimos, ya que muy pocas personas querían hablar para la nota, pero desafortunadamente ya no tuvimos tiempo. Si lee esto, se lo agradezco mucho.
En un ambiente completamente diferente está Party Link, mitad dulcería, mitad tienda de piñatas y artículos para fiestas. El señor Jorge de la Fuente tiene clientes entrando y saliendo, pero entre uno y otro nos mostró las tradicionales golosinas que maneja, como paletas Payaso, malvaviscos cubiertos de chocolate, caramelo artesanal y hasta tamarindos en forma de cruces para primeras comuniones y bautizos. “¿A poco no se les hace agua la boca?”, pregunta.
De noche
Al bajar el sol la gente puede ocupar el camellón para salir a caminar, hacer ejercicio o pasear al perro. Hay muchas áreas verdes que requieren mantenimiento, pero en general la calle da la impresión de estar constantemente en desarrollo. La Traviatta, un restaurante de pizzas y pasta, fue parte de esos cambios cuando se mudó dos locales a la izquierda de donde estaba desde hace cuatro años.
Su chef y dueño, Jaziel Montesano, nos recibió pero quiso esperar a su esposa para la entrevista, por lo que nos recomendó mientras visitar dos locales más, el Taco Loco y El Atrancón Mazatleco. Resulta que ambos son de un mismo propietario (que no se encontraba ahí) pero de menús diferentes. Francisca Anguiano, cocinera del primer establecimiento, es también encargada de rellenar la amplia barra, que incluye salsas, pico de gallo, ensaladas y demás. Aquí venden burritos, fajitas, huaraches, quesadillones, chorreadas, tacos de pastor y carne asada. La chorreada, según explica Anguiano, es un sope, como una gordita redonda. Los burritos llevan tres tipos de pimiento, queso gratinado, arrachera, pastor o sirlón, tocino y champiñones.
El Taco Loco cumplió tres años en mayo y abre de cinco a cinco. Es probablemente de los pocos lugares con servicio a esas horas de la madrugada. “A veces llegamos y ya hay gente”, comenta la cocinera, “otras veces llegan después de las ocho. Los fines de semana hay casi todo el día, nos estamos yendo y llega más gente”. Lo más vendido es el burrito, los huaraches y las fajitas, que son al ajonjolí y se sirven en una tabla para hacer tacos en tortillas de maíz recién hechas. Para los interesados, también hay de trompo y tienen 2x1 en éstos de cinco a nueve de la noche.
Casi frente al local, atravesando el camellón, está el Mazatleco donde nos atendió otra Anguiano, Adriana. Acá es de comida sinaloense y venden tostadas, sopes, enchiladas, tacos gobernador, de camarón, pozole, birria, ceviche y carne en su jugo. Es un lugar más pequeño al anterior, pero contrasta en su ambientación por sus lucecitas y mesas exteriores. Adriana, cajera y mesera, explica que la diferencia entre un taco regio y uno de Sinaloa es el sabor. “La tortilla va tostada, no es como el de aquí que va dorada. No lleva aceite. El taco es tostadito en el comal”, afirma. Dice que lo que más se mueve es el gobernador, el dorado de camarón, los taquitos de carne asada y la tostada mazatleca, que lleva carne de res y deshebrada. Abren todos los días de nueve a 12 de la noche y también hay menú infantil.
De vuelta a La Traviatta, Montesano nos dijo que justo nos habíamos perdido encontrar a su esposa. El chef estaba en la terraza del lugar platicando con su vecino, quien atiene un local de litros y cerveza, pero de todas formas nos contó un poco del restaurante. Dijo que hace medio año se cambió a unos metros, con todo y su horno de leña, mismo que ocupa casi la mitad del interior.
Éste es el protagonista, pues de aquí se ven entrar y salir las pizzas delgadas, especialidad del sitio. El resto del menú incluye lasaña, espagueti, ravioli, ensaladas, panini y calzoni. Han podido permanecer, opina Montesano, por “una mezcla de varios factores. Los ingredientes que utilizamos son frescos, de calidad, nos ha ayudado a distinguirnos en esta zona. Tenemos otra sucursal en Lindavista, ahí llevamos seis años, afortunadamente”, agrega.También abren todos los días, de 12:30 a 22:30 horas, y los fines de semana cierran a las 11:30. Para culmintar el recorrido de dos días, pedí una pasta siciliana con espinacas, champiñones y salsa pomodoro. Hay dos tamaños ($89 y $139) ideales para probar la porción chica, que es como una regular, y compartir una pizza (de $105 a $249).
Otro conocido en el área por este platillo es Las Pizzas de Lola, al cual ya no tuvimos oportunidad de ir pero que algunas personas nos recomendaron. En la lista de lugares que no nos recibieron, pero que también menciono para el lector hambriento, destaca un restaurante de tamales oaxaqueños. Habrá que volver sin la cámara.
Monte Olimpo
San Nicolás
San Nicolás es un municipio que tristemente hemos cubierto poco en las páginas de esta revista. No por falta de oferta culinaria, sino por razones de logística, es decir que nos queda más lejos que Monterrey, Santa Catarina o San Pedro. Pero por fortuna hay suficientes sannicolaítas (¿?) que recomiendan los restaurantes y puestos que frecuentan, por lo que al fin dedicamos todo un día a un recorrido más específico.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.
Esta calle ya la habíamos visitado, al menos de lejos, porque al final de la misma, en Cordillera de los Andes, se encuentra el popular Las Catrinas Chilaquiles. El establecimiento, como la primera vez que lo conocimos, tenía ese día varias personas afuera esperando entrar. Hay que ir o muy temprano o muy tarde, ya que tanto las mesas de la terraza como las del interior siempre están ocupadas y no por comensales muy rápidos, que digamos - es el clásico de sobremesa. Nosotros hicimos fila más de una hora y había que estar al pendiente de la hojita en la que cada quien se apunta, no fuera a ser que algún conocido se saltara la dinámica.
Del otro lado de las ocho cuadras que comprende esta pequeña calle, es donde da vuelta el parque Las Arboledas. El enorme y verde camellón tiene árboles frondosos, banquitas y una pista para peatones. Se extiende sobre otra de las famosas arterias del municipio, avenida Las Puentes, que justo en la esquina con Monte Olimpo se convierte en avenida Vesubio.
La calle de esta nota también tiene su propio camellón en medio, más modesto pero igual de verde. A lo largo del mismo se estacionan varios carros y por la mañana es un área bastante tranquila. De punta a punta los comercios que más abundan son de comida. Hay un bufete de tacos, otros a vapor llamados El Güero, una Michoacana, tacos y tostadas estilo Siberia (el “estilo” es clave) y restaurantes como La Chaskería, pizza a la leña de Il Fornito, hamburguesas de Oso Grill y hasta una casa con un letrero que anuncia “exquisitos quesos de Veracruz”.
Otros locales notorios son Bridges Coffee y Santa Bárbara Helados. El primero cierra los lunes, por lo que no pudimos conocerlo, pero su ambiente se ve acogedor; venden molletes, sándwiches, pizzas, hot cakes, paninis y chilaquiles. El segundo también tiene una apariencia diferente, está en una esquina con banquitas exteriores, aunque el frío de ese día nos hizo optar por un desayuno caliente.
Los tacos no fallan
Hace un año la señora Leticia Mireles abrió aquí Mi Sazón, que comenzó como un local de tacos mañaneros y después alargó su horario hasta la tarde, para incluir comidas. “No tenía nada qué hacer y quería ocuparme en algo”, platica francamente la mujer, “ya hace varios años yo había trabajado, teníamos un negocito. Después lo quitamos y se presentó la oportunidad y volvimos otra vez aquí”.
El pequeño restaurante tiene un par de mesas y una barra, detrás de la cual se preparan los alimentos. “Yo soy la que cocino y tengo dos ayudantes”, indica Leticia. En su menú incluye los tacos de harina y maíz ($10 pesos c/u), que pueden ser de asado, picadillo, chicharrón, barbacoa, rajas con queso, champiñones, nopalitos, frijolitos, quesadillas o chile relleno de queso. Al mediodía hay caldo de res, chiles rellenos y otros platillos.
Acerca de la calle, la dueña de Mi Sazón dice que la mayor clientela son familias y señoras con niños. “Los domingos es cuando hay mucho más movimiento y vienen también jóvenes, de todos”. Finalmente recomienda visitar además de noche ya que es “como el Barrio Antiguo”, con otros negocios que no abren de día.
“Aquí no es restaurante”
Del otro extremo de Monte Olimpo se encuentra Davila’s House, con un ambiente entre restaurante de parrillada y cafetería texana. Hay dulces típicos en el mostrador, un pequeño altar, varias televisiones y cuadros de Tigres y Rayados. Alcanzamos al dueño, Rafael Dávila Villarreal, antes de su cita con el doctor. El menor de cinco hermanos, contó que al igual que él, Mario, Rogelio, Óscar y Víctor se dedican todos a la industria culinaria.
“Somos puros hermanos, y mi mamá decía cuando estábamos jóvenes ‘Aquí no es restaurante. Se sirve a tal hora y el que no llegue se prepara su comida’”, relata Rafael. “Nunca llegábamos, la verdad éramos puros hombres, entonces teníamos que preparar la comida nosotros.
“Mi bisabuelo, en paz descanse, siempre nos decía que abriéramos un restaurante, que era muy buen negocio, que nos dejáramos de cosas. Un día se llegó el momento que le hicimos caso y con el apoyo de mi papá abrimos”, continúa. Así iniciaron con el primer Davila’s en 1987 en la colonia Cuauhtémoc, San Nicolás, con la que era la casa familiar. Después pusieron un snack en el centro, para posteriormente abrir en Santa Catarina y Las Puentes. Además tienen dos cafeterías en la Uanl y apoyan en el comedor de la Udem.
“Todos los hermanos cocinamos”, prosiguió Rafael, “de hecho iniciamos sin trabajadores. Nos metíamos a la parrilla, yo mesereaba, fui el primer mesero del restaurante, y mis hermanos cocinaban. Pero antes me metí a cortar carne, a preparar todo lo que se ocupaba en la noche. (Todos) tratamos de estar el mayor tiempo posible. Como decía mi abuelo, al ojo del amo engorda el caballo, tenemos que estar aquí”.
El Dávilas abre a diario de 8:00 a 12:00 de la noche y se dedica a la carne asada, aunque también preparan las tres comidas fuertes. De acuerdo al hermano y la sucursal, es lo que venden como platillos principales, aunque hay una carta común. “Aquí puedes venir a mediodía y te sirven un caldito de res para empezar”, comenta Rafael, “de plato fuerte puede ser una milanesa, de res o de pollo, una fajita, o un chile de carne o de queso, acompañado de sus frijoles, sopita de arroz, ensalada, papas. Viene bien servido”.
El menor de la familia además es fanático del futbol, por lo que hay oportunidad de ver su programa de radio en vivo, que graba en la terraza del restaurante. La peña futbolística es “una payasada”, dice, pero no está de más saber.
De cadenas locales
Casi frente a frente, con sólo el camellón de por medio, hay dos tiendas de yogurt y nieve, Yepamo y Frutal Yogurt. Sin más que una decisión del azar, fuimos al segundo. En la historia que nos hicieron llegar por escrito luego de la visita, cuentan que el negocio lo inició un matrimonio en el 2009, y que de un pequeño local pasaron a tener 11 sucursales y tres franquicias. La mitad de dichos establecimientos están en el municipio de San Nicolás, pero también tienen en Monterrey, Guadalupe, Apodaca y Cadereyta. El de aquí es todo blanco con decoraciones en colores fosforescentes y una pantalla que ese día pasaba videos musicales. La gran barra se divide entre dulce y salado, de un lado fruta, chocolates y toppings; del otro gomitas, gomimango, viboritas, panditas, hormiguitas y demás diminutivos.
María Magdalena Leal llegó a su turno al mediodía y comentó que la mayoría de la gente va “por lo particular en la mañana, como desde las 9:00. Vienen por su coctel, por sus waffles a desayunar, y en la tardecita, como a las 18:00, vienen por una nieve, como merienda más o menos. Vienen muchas familias pero también muchos jóvenes, en plan de amigos”, asegura.
Además del yogurt hay nieve estilo Jalisco (conos de $13 a $18 pesos), crepas (promedio $40), elotes ($15 a $30), cocteles de frutas ($31 a $68), smoothies y demás. También abren a diario, de 8:00 a 22:30 horas.
Finalmente pasamos a Pepper Wings, una pequeña cadena de alitas y hamburguesas que cuenta con una segunda sucursal en San Nicolás y otra más en Escobedo. El dueño o encargado se disculpó diciendo que estaba muy ocupado para darnos una entrevista pero un mesero muy entusiasta se apuntó solo para explicarnos el menú. Sin embargo, cuando salimos a la terraza del lugar con Jason Chavarría nos siguió el primer hombre – supongo que las cuentas que estaba haciendo en una de las mesas no lo ocuparon tanto tiempo. De cualquier forma, Jason nos contó que tiene “yo diría, unos cuatro meses” trabajando ahí y que venden, además de lo ya dicho, ensaladas y tortas de pollo o carne.
Las salsas de las alitas son las clásicas, desde las buffalo y habanera, hasta la especialidad de limón con pimienta. De bebidas, el joven mesero recomendó probar los jarritos, que llevan vodka y ron. Entre semana cierran a la medianoche y los fines pasadas la 1:00 de la mañana.
Como en otras crónicas de esta sección, falta conocer el lado de noche de Monte Olimpo para comprobar si este municipio tiene su versión del Barrio Antiguo, que entre los árboles y áreas verdes, sería un cambio bien recibido.
Mercado La Florida
Sur de Monterrey
Desde hace casi cuarenta años existe en la ciudad el mercado La Florida, que en realidad se encuentra en la colonia Buenos Aires. Todos los jueves y sábados, de seis de la mañana y hasta unas horas después del mediodía, se ponen aquí decenas de vendedores, principalmente de ropa, calzado y accesorios. Pero como es un mercado, y es México, también hay una excelente oferta de antojitos, tacos y otras comidas típicas.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.
Para empezar, uno no puede asistir y suponer que encontrará estacionamiento fácilmente, mucho menos en sábado. Si se va en auto, hay que sortear los escasos lugares en las calles aledañas y esperar que los vecinos no se molesten – cosa que claro que pasa. Y es comprensible, pues esos dos días el área se vuelve de tránsito lento y no todos los visitantes respetan los señalamientos. Tal vez por esto tantas casas cuenten con letreros de “vecinos vigilando”, con un gran ojo pintado en un fondo amarillo chillante.
Una vez atravesada la vigilancia, hay que hacer reverencia en la iglesia contigua al terreno del mercado (no se vaya a olvidar que es México) y dejarse guiar por la pequeña feria y sus juegos mecánicos, que siempre se ven algo tristes en la luz del día. A lo lejos se ve la torre ciudadana y luego, finalmente, aparece su destino. Se trata de un área de unos 100 por 200 metros, localizada al lado de un campo de futbol no muy bien cuidado, y la mencionada parroquia. Un pasillo es delimitado por un mecate y una pared de cemento, en donde hay vendedores que dan la bienvenida al lugar con sus frutas y verduras, churros, papitas, e incluso un stand para tramitar el crédito de Liverpool.
Pasando el pasillo, hay toldo tras toldo sobre puestos de vestidos de fiesta, suéteres de marcas estadounidenses, ropa interior, tenis, productos para el cabello y la piel, bolsas de mano, maquillaje, perfume y demás. Ese es el principal giro del mercado, aunque también hay otros vendedores de electrodomésticos, juguetes, fundas de celulares y demás. Incluso hay objetos decorativos, como una curiosa ardilla disecada en posición de tocar el bajo (hecho a su tamaño). “¿Es real?”, le pregunto al hombre. “Era”, responde.
La comida
Los pasillos del mercado son relativamente fáciles de transitar los jueves. Bajo los techos de lona el sol no es tan malo. Una señora pasa constantemente anunciando que mide la presión y el humo indica que nos acercamos a un puesto de comida. Al lado de Tacos y Gorditas Zoila hay un joven frente a dos mesas, en las que tiene naranjas, un exprimidor y una hielera con jugos ya preparados y envasados. Por veinte pesos te vende medio litro recién exprimido.
En Zoila atienden la dueña, del mismo nombre, su esposo y otra mujer que los ayuda. Hay tres mesas sobre el piso de tierra y un comal donde se van poniendo las tortillas que acaban de amasar y aplanar. Las gorditas cuestan 12 pesos cada una y obviamente hay que probar las de asado y chicharrón.
La señora Zoila Carrillo platica con nosotras mientras usa ambas manos para amasar varios kilos de harina en una tina de plástico. Está parada, inclinada para usar su peso en la acción. Dice que tienen tres años de estar en La Florida y que inicialmente vendían ropa pero hicieron el cambio porque había mucha competencia.
Después “vendíamos barbacoa y menudo en San Rafa, era una frutería”, continúa, “ahora le cambiamos a gorditas y nos ha dado muy buen resultado”. Dice que debe levantarse a las tres de la mañana para llegar acá a las 4:00 y preparar todo. “El sábado”, agrega, “hay tamales recién hechos, aquí los hacemos”.
Van y vienen músicos tocando canciones gruperas y un hombre anuncia que tiene ropa de niño “directa de Los Ángeles”. La señora Zoila aprovecha que no hay tanta gente y sigue amasando. “Andamos en los demás mercaditos, en domingo por Alvarado y Azueta, vendemos menudo bien rico, hecho en leña, bien espesito, tiene mucha pata”. Sobre su laboriosa tarea, explica que la masa para la gordita y la tortilla es casi igual pero la primera necesita ser más suave, por lo que la revuelve con Maseca. En su menú también incluye tacos de harina y maíz, y los sábados hay hamburguesas, enchiladas, flautas y champurrado. “Ahorita que empieza el frío”, señala.
La diferencia en su oferta se debe a que los sábados van más familias, porque los niños no están en clases y algunos adultos no trabajan los fines de semana. Los jueves, “a la una y media recogemos y lavo porque todo me llevo bien limpio”, finaliza Carrillo. En otro de los pasillos llegamos a lo que es una especie de área más establecida de comidas. Mientras que Zoila era una isla entre el mar de ropa, acá hay más opciones para sentarse a desayunar, almorzar o lo que se alcance.
Antonio Varela Loera es dueño de los tacos Don Toño. El hombre está de espaldas a su pequeño comedor y frente a un comal siempre prendido, sobre el que va poniendo tortilla tras tortilla. A su lado hay un joven con varias pequeñas cazuelas llenas de guisos, y del otro lado hay un señor cortando incesantemente pedazos de barbacoa con su pequeño machete de cocina y tabla de madera. El “barbacoyero”, le llama don Toño. Entre recibir pedidos y proveer de tortillas a ambos lados, el taquero cuenta que tiene 35 años en el mercado y que está ahí desde que éste empezó. Además de lo mencionado, en el menú tiene menudo, champurrado y avena, “todo bien rico”. Al igual que la señora Zoila, don Toño también se mueve entre mercados. Los jueves es el de La Florida y los sábados es de Constituyentes de Querétaro.
Su esposa es la encargada de preparar todo en casa. Sobre las ventas dice que son “más o menos”. “Lo único es que un día estamos en un lugar, de repente es váyase a otro. Las ventas suben y bajan, no siempre son buenas”, afirma.
El siguiente puesto es el que más fila tiene. Tacos Amor lleva el mismo nombre que la dueña y la dinámica no debe romperse. Los comensales se forman frente al comal, donde Martín Rodríguez recibe la masa y va volteando las enormes tortillas de harina, y luego hacer el pedido a otra mujer, la vigilante de los guisos. Después se pasa al comedor, de mesas comunales, se le dice al joven encargado cuántos son y éste los acomoda.
Amor es un puesto frecuentado y en medio de la plática se acercan, primero un joven que me pregunta si tengo lugar para sentar a ocho en los tacos, y luego una señora que insiste le venda dos tortillas sueltas porque no quiere hacer fila. Rodríguez se las vende a diez pesos y recibo el dinero.
“Todos hacemos de todo, extendemos los testalitos, somos multifuncionales aquí, ya estamos bien diestros”, asegura el tortillero. “Yo llego aquí a las cinco de la mañana a instalar la estructura y empezamos desde las ocho, hasta las tres, tres y media”, agrega. El puesto tiene 30 años en el mercado, y a diferencia de los antes mencionados, sí se pone los sábados aunque “dos lugares más abajo”. Venden tacos de harina, gorditas y quesadillas. Según Martínez lo primero que se acaba es el asado, chicharrón, deshebrada y queso en rajas, aunque también tienen de picadillo y huevo. Respecto a su popularidad, dice que siempre ha sido así, que la gente ya los conoce. Y entre sus labores de hacer gorditas, extender la masa, cocinar y servir, comenta que lo más difícil es quemarse las manos.
Antes de partir
El juego de lotería es tradición en el lugar y nos sentamos antes de partir. El área ocupa toda una esquina y está mejor resguardada del sol, es como un pequeño casino pero más sencillo. Las mesas están acomodadas para formar un cuadrado, en medio del cual se mueven varias personas. Unas te señalan dónde están las tablas y cómo se gana, otras te dan fichas y luego está quien te explica cómo funciona la cosa. Te sientas, escoges cuántas vas a jugar y pones tus cinco pesos por ronda al lado. Un joven pasa cada ronda, lo recoge y listo. La voz de un hombre va cantando las cartas y cada treinta segundos gana una mujer. No me enteré cuáles eran los premios porque nunca gané. Para el trago amargo, compré un elote entero y luego un yuki de limón.
3 Museos
Centro de Monterrey
Aunque puede ser difícil encontrar estacionamiento en la zona, cada fin de semana, las respectivas explanadas del Museo de Historia Mexicana, el Museo del Noreste y el Museo del Palacio de Gobierno, ofrecen tanto a regios como turistas, una variada oferta de actividades y gastronomía típicas de la región. Desde el Café del Museo hasta el Mercado Santa Lucía, las opciones se diversifican en busca de apoyo a emprendedores locales.
Redacción Adriana Montemayor, Fotografía Residente.
Volver a los básicos y redescubrir la ciudad en la que uno nació puede convertir una tarde cualquiera de domingo en algo realmente especial. Cuando hay buen clima, este espacio adquiere un papel multifuncional que va desde recinto de conciertos, mercado ambulante, protestas sociales, el Grito de Independencia estatal, o incluso encuentro de festejos cuando gana Tigres o Rayados. Es fascinante toda la historia que alberga el primer cuadro de la ciudad de Monterrey, ya que no solamente se trata de lo que se encuentra en las exposiciones del Museo de Historia Mexicana, el Museo de Noreste (MUNE) y el Museo del Palacio, sino también de lo que bien podría ser la “exhibición temporal” de sus respectivas explanadas: los vendedores ambulantes y los emprendedores locales.
El Café del Museo
La entrada al Museo del Palacio es gratuita todos los días, mientras que el acceso a los otros dos lo es martes y domingos. Esto atrae al público a sus exposiciones, así como a una opción de cocina casual representada por el Café del Museo, según el chef Alejandro Martínez, responsable del establecimiento.
“Según la temporada, van variando los platillos que no son ni muy regionales ni muy gourmet, siempre respetando la gastronomía mexicana”, expresa sobre las especialidades de lasaña y salmón disponibles durante los primeros meses del año. Desde el 15 de octubre del 2015, el Café del Museo surge para añadir un toque gastronómico a la institución y al área que representa. Con un ambiente familiar, ofrece platillos de cocina internacional y mexicana, sin dejar atrás las alternativas de cafetería más solicitadas por los visitantes, como hamburguesas, sándwiches, pizzas y pastas, o bien, la comida del día que incluye un platillo principal, guarnición y bebida.
Para tomar, se destaca el café nacional, cuya mezcla es completamente personalizada y la limonada natural, con un concentrado de limón que estaba justo en el punto. Mientras se escucha “My Sweet Lord” de George Harrison, el chef Martínez comenta sobre la importancia de brindar una experiencia culinaria completa. Además de tener una variedad de platillos elaborados con aceite de oliva e ingredientes frescos, las ventajas del lugar incluyen un viaje sensorial a través de la hermosa vista hacia el Paseo Santa Lucía, que se complementa con música internacional, así como la cercanía a los sitios turísticos del corazón de Monterrey.
De lo salado a lo dulce
En el sótano de la explanada, se puede encontrar el Museo del Dulce. Desde su inauguración en el año 2015, este espacio pretende contar la historia de la gastronomía de la región y el proceso de elaboración de los dulces más tradicionales de Nuevo León. Los boletos incluyen un recorrido guiado y tienen un costo de 40 pesos para adultos y 30 para los niños.
A unos cuantos pasos, se localiza una tienda de dulces regionales, donde un local quizás puede sentirse más atraído por un particular muro donde hay billetes y monedas firmados por visitantes de todo el mundo, que por los artículos en sí. Por otra parte, se venden desde artesanías, sombreros, cocadas, glorias, amaranto, dulces de tamarindo, dulces de leche y licores artesanales, entre otros productos, a precios – evidentemente- dirigidos al turista.
Por último, en esta zona está la taquilla para recorridos en bote por el Paseo Santa Lucía, conocido como el río artificial más largo de Latinoamérica, con una extensión de 2.5 kilómetros y que conecta a la Macroplaza con el Parque Fundidora.
Oferta gastronómica de la explanada
Se pone el sol y en la Explanada Santa Lucía se han multiplicado tanto visitantes como comerciantes. En el área donde se encuentra el Museo de Historia, hay vendedores ambulantes con los tradicionales antojos del invierno como elotes, churros, manzanas caramelizadas, espiropapas y algodón de azúcar. También se puede ver a los ya conocidos puestos de hotdogs del Barrio Antiguo, donde se pueden adquirir dos chicos por 25 pesos, dos grandes por 60, y la salchicha polaca por 35, así como un foodtruck llamado Bizzo Pizza que, además de tener DJ ambientando, uno puede armar su propia pizza con los ingredientes de su preferencia.
Por su parte, en la explanada del MUNE, se encuentra la Torre Santa Lucía, cuyo sótano funciona como estacionamiento y puede ser una opción para dejar el carro seguro, considerando 18 pesos por hora. Adicionalmente, ofrece en la planta baja, una terraza con restaurantes. En particular, llama la atención Las Mariposas Restaurant, ya que es el único que tiene música en vivo. Mientras el guitarrista toca canciones temáticas como “Santa Lucía” de Miguel Ríos, el peatón es recibido por Luis, encargado de promover el restaurante enseñando el menú a quién pase por ahí.
Al poco tiempo, se une a la plática Samuel, otro empleado, quien explica que el restaurante, que recién cumplió cuatro años, se caracteriza por sus enchiladas suizas, sus platillos con arrachera y sus postres, incluidos rebanadas de pastel y arroz con leche.
El Mercado Santa Lucía
A los pies de la obra “El Caballo” de Fernando Botero, se extiende un colectivo denominado como Mercado Santa Lucía. El primer local es el más lleno de todos: un negocio de café orgánico de Coatepec, Veracruz. Su mezcla se compone de arábiga y caracolillo para dar un sabor fuerte y con menos cafeína, dirigido por Juan José Campos. Con el frío, los visitantes se acercan uno tras otro a probar y a adquirir el producto, molido o en grano, en presentaciones de medio y un kilo.
A mediados de julio del año pasado, el Mercado empezó a ponerse cada 15 días, pero después del Festival Internacional Santa Lucía en septiembre, la demanda de los clientes sugirió una presencia semanal, de acuerdo con Geovanna González, coordinadora del proyecto.
“La intención de este mercado es apoyar a puro emprendedor local que tenga su negocio y que quiere tener un punto fijo donde pueda vender”, explicó. Asimismo, destacó que la ubicación representa un lugar muy céntrico, al cual se puede acceder desde prácticamente cualquier zona de la ciudad. Mientras los padres de familia pasean por los puestos, los niños son entretenidos por concursos organizados por la coordinación. A estos emprendedores se les puede encontrar todos los sábados y domingos entre las 4:00 pm y 9:00 pm.
La oferta del Mercado Santa Lucía es inmensa. Desde bisutería, productos para mascotas, semillas para crear tu propio huerto, lentes de sol, aceites para cuidado de la piel y cabello, almohadas, hasta artesanías oaxaqueñas, quesadillas y huaraches, dulces regionales, miel, quesos, chorizo, gorditas de harina, pan de elote, churros, y tamachiles (una mezcla de tamal y chile relleno).
Al seguir caminando por el Mercado, las invitaciones a degustar los artículos comestibles continúan. De pronto, llega una propuesta difícil de rechazar para el mexicano común. Una mesa con un plato de totopos al centro y una gran variedad de salsas…
El señor Enrique Macías conoce bien su producto y lo sabe vender. Se trata de las Salsas Doña Lulú, hechas con recetas tradicionales de comunidades indígenas sin conservadores, ni colorantes ni estabilizadores. No requieren de refrigeración, y se pueden hornear, asar o freír con una combinación casi infinita de ingredientes. Entre las variedades, se encuentra el chile canica, chile morita, chiltepín con ajo, jalapeño con semillas enteras o cacahuate. Por otra parte, ofrece la marca LEIRAM (Mariel, al revés). Este emprendimiento surge de la iniciativa de su hija de 17 años, cuyos sabores incluyen mango habanero, chipotle con piloncillo, chile quebrado, sal con cítricos y vainilla en grano para sazonar verduras, pollos, pescados y carnes.
Salsas Doña Lulú toma su nombre en honor a la fallecida hermana del señor Enrique, quien inspiró a sus allegados el gusto por la cocina. Como marca, representa a una familia mexicana que ofrece un producto de origen indígena. A pesar de algunos altibajos, el negocio tiene ya seis años funcionando., aunque por el momento, sólo está disponible en algunos mercados. La motivación de la familia por seguir promoviendo una opción saludable y natural persiste.
“Trabajamos chiles secos de algunas semillas macerados en aceite de oliva. Los chiles no son de central de abastos o mercados. Se juntan en comunidades al sur de Veracruz y después nos los envían. Son chiles secados al sol y tostados en comal de barro. Es gastronomía muy antigua y muy tradicional de nuestro México”, explica el señor Enrique antes de invitar a los lectores a volver a sus orígenes y a consumir los productos mexicanos de calidad.
Aunque inicialmente se quería recorrer el Paseo, más allá de la explanada de los 3 museos, tantas cosas que ver, hacer y degustar, dejarán esas historias para otro fin de semana.Aunque inicialmente se quería recorrer el Paseo, más allá de la explanada de los 3 museos, tantas cosas que ver, hacer y degustar, dejarán esas historias para otro fin de semana.
Av. Fundidora
(O el día en que terminé en Av. Constituyentes de Nuevo León)
Col. Obrera, Monterrey
Esta calle, además de funcionar como vía de acceso al Parque Fundidora, está llena de opciones deliciosas para comer cualquier día de la semana. Por ser domingo, traía en mente visitar dos lugares, particularmente: Los Tacos de Mariscos Cintermex y las Poncho Alotas. Uno, el viejo conocido y el otro, para mí, una opción por conocer. Aunque al segundo lo encontré cerrado, tuve la oportunidad de platicar con el increíble personal de la sucursal Linda Vista, gente joven y entusiasta, comprometidos con el crecimiento del negocio y que buscan apoyarse para completar sus estudios.
Redacción Adriana Montemayor, Fotografía Monse Urdiales.
No sé si es porque soy regia de corazón, pero un lugar que me encanta (por muy cliché que pueda ser) es el Parque Fundidora. Este sitio, desde su fundación en 1988, constituye un parque público urbano para todas las edades, en donde los bisabuelos, abuelos, e incluso padres de nuestra generación encontraron una forma de ganarse la vida en la extinta Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey.
Representa una de las áreas verdes más grandes de la ciudad, y nos recuerdan que en Monterrey sí existe, más allá de lo industrial, una vida cultural. No hay mejor prueba de esto que todos los eventos que, durante el año, se organizan en Cintermex, la Arena Monterrey, el Auditorio Citibanamex, la Escuela Adolfo Prieto, el Centro de las Artes, la Cineteca Nuevo León, entre otros. De la misma manera, la diversa oferta gastronómica que se ofrece a los alrededores permite a regios y turistas consentir todos los antojos imaginables.
Para la hora de la comida...
La entrada al Museo del Palacio es gratuita todos los días, mientras que el acceso a los otros dos lo es martes y domingos. Esto atrae al público a sus exposiciones, así como a una opción de cocina casual representada por el Café del Museo, según el chef Alejandro Martínez, responsable del establecimiento.
“Según la temporada, van variando los platillos que no son ni muy regionales ni muy gourmet, siempre respetando la gastronomía mexicana”, expresa sobre las especialidades de lasaña y salmón disponibles durante los primeros meses del año. Desde el 15 de octubre del 2015, el Café del Museo surge para añadir un toque gastronómico a la institución y al área que representa. Con un ambiente familiar, ofrece platillos de cocina internacional y mexicana, sin dejar atrás las alternativas de cafetería más solicitadas por los visitantes, como hamburguesas, sándwiches, pizzas y pastas, o bien, la comida del día que incluye un platillo principal, guarnición y bebida.
Para tomar, se destaca el café nacional, cuya mezcla es completamente personalizada y la limonada natural, con un concentrado de limón que estaba justo en el punto. Mientras se escucha “My Sweet Lord” de George Harrison, el chef Martínez comenta sobre la importancia de brindar una experiencia culinaria completa. Además de tener una variedad de platillos elaborados con aceite de oliva e ingredientes frescos, las ventajas del lugar incluyen un viaje sensorial a través de la hermosa vista hacia el Paseo Santa Lucía, que se complementa con música internacional, así como la cercanía a los sitios turísticos del corazón de Monterrey.
De lo salado a lo dulce
En el sótano de la explanada, se puede encontrar el Museo del Dulce. Desde su inauguración en el año 2015, este espacio pretende contar la historia de la gastronomía de la región y el proceso de elaboración de los dulces más tradicionales de Nuevo León. Los boletos incluyen un recorrido guiado y tienen un costo de 40 pesos para adultos y 30 para los niños.
A unos cuantos pasos, se localiza una tienda de dulces regionales, donde un local quizás puede sentirse más atraído por un particular muro donde hay billetes y monedas firmados por visitantes de todo el mundo, que por los artículos en sí. Por otra parte, se venden desde artesanías, sombreros, cocadas, glorias, amaranto, dulces de tamarindo, dulces de leche y licores artesanales, entre otros productos, a precios – evidentemente- dirigidos al turista.
Por último, en esta zona está la taquilla para recorridos en bote por el Paseo Santa Lucía, conocido como el río artificial más largo de Latinoamérica, con una extensión de 2.5 kilómetros y que conecta a la Macroplaza con el Parque Fundidora.
Oferta gastronómica de la explanada
Se pone el sol y en la Explanada Santa Lucía se han multiplicado tanto visitantes como comerciantes. En el área donde se encuentra el Museo de Historia, hay vendedores ambulantes con los tradicionales antojos del invierno como elotes, churros, manzanas caramelizadas, espiropapas y algodón de azúcar. También se puede ver a los ya conocidos puestos de hotdogs del Barrio Antiguo, donde se pueden adquirir dos chicos por 25 pesos, dos grandes por 60, y la salchicha polaca por 35, así como un foodtruck llamado Bizzo Pizza que, además de tener DJ ambientando, uno puede armar su propia pizza con los ingredientes de su preferencia.
Por su parte, en la explanada del MUNE, se encuentra la Torre Santa Lucía, cuyo sótano funciona como estacionamiento y puede ser una opción para dejar el carro seguro, considerando 18 pesos por hora. Adicionalmente, ofrece en la planta baja, una terraza con restaurantes. En particular, llama la atención Las Mariposas Restaurant, ya que es el único que tiene música en vivo. Mientras el guitarrista toca canciones temáticas como “Santa Lucía” de Miguel Ríos, el peatón es recibido por Luis, encargado de promover el restaurante enseñando el menú a quién pase por ahí.
Al poco tiempo, se une a la plática Samuel, otro empleado, quien explica que el restaurante, que recién cumplió cuatro años, se caracteriza por sus enchiladas suizas, sus platillos con arrachera y sus postres, incluidos rebanadas de pastel y arroz con leche.
El Mercado Santa Lucía
A los pies de la obra “El Caballo” de Fernando Botero, se extiende un colectivo denominado como Mercado Santa Lucía. El primer local es el más lleno de todos: un negocio de café orgánico de Coatepec, Veracruz. Su mezcla se compone de arábiga y caracolillo para dar un sabor fuerte y con menos cafeína, dirigido por Juan José Campos. Con el frío, los visitantes se acercan uno tras otro a probar y a adquirir el producto, molido o en grano, en presentaciones de medio y un kilo.
A mediados de julio del año pasado, el Mercado empezó a ponerse cada 15 días, pero después del Festival Internacional Santa Lucía en septiembre, la demanda de los clientes sugirió una presencia semanal, de acuerdo con Geovanna González, coordinadora del proyecto.
“La intención de este mercado es apoyar a puro emprendedor local que tenga su negocio y que quiere tener un punto fijo donde pueda vender”, explicó. Asimismo, destacó que la ubicación representa un lugar muy céntrico, al cual se puede acceder desde prácticamente cualquier zona de la ciudad. Mientras los padres de familia pasean por los puestos, los niños son entretenidos por concursos organizados por la coordinación. A estos emprendedores se les puede encontrar todos los sábados y domingos entre las 4:00 pm y 9:00 pm.
La oferta del Mercado Santa Lucía es inmensa. Desde bisutería, productos para mascotas, semillas para crear tu propio huerto, lentes de sol, aceites para cuidado de la piel y cabello, almohadas, hasta artesanías oaxaqueñas, quesadillas y huaraches, dulces regionales, miel, quesos, chorizo, gorditas de harina, pan de elote, churros, y tamachiles (una mezcla de tamal y chile relleno).
Al seguir caminando por el Mercado, las invitaciones a degustar los artículos comestibles continúan. De pronto, llega una propuesta difícil de rechazar para el mexicano común. Una mesa con un plato de totopos al centro y una gran variedad de salsas…
El señor Enrique Macías conoce bien su producto y lo sabe vender. Se trata de las Salsas Doña Lulú, hechas con recetas tradicionales de comunidades indígenas sin conservadores, ni colorantes ni estabilizadores. No requieren de refrigeración, y se pueden hornear, asar o freír con una combinación casi infinita de ingredientes. Entre las variedades, se encuentra el chile canica, chile morita, chiltepín con ajo, jalapeño con semillas enteras o cacahuate. Por otra parte, ofrece la marca LEIRAM (Mariel, al revés). Este emprendimiento surge de la iniciativa de su hija de 17 años, cuyos sabores incluyen mango habanero, chipotle con piloncillo, chile quebrado, sal con cítricos y vainilla en grano para sazonar verduras, pollos, pescados y carnes.
Salsas Doña Lulú toma su nombre en honor a la fallecida hermana del señor Enrique, quien inspiró a sus allegados el gusto por la cocina. Como marca, representa a una familia mexicana que ofrece un producto de origen indígena. A pesar de algunos altibajos, el negocio tiene ya seis años funcionando., aunque por el momento, sólo está disponible en algunos mercados. La motivación de la familia por seguir promoviendo una opción saludable y natural persiste.
“Trabajamos chiles secos de algunas semillas macerados en aceite de oliva. Los chiles no son de central de abastos o mercados. Se juntan en comunidades al sur de Veracruz y después nos los envían. Son chiles secados al sol y tostados en comal de barro. Es gastronomía muy antigua y muy tradicional de nuestro México”, explica el señor Enrique antes de invitar a los lectores a volver a sus orígenes y a consumir los productos mexicanos de calidad.
Aunque inicialmente se quería recorrer el Paseo, más allá de la explanada de los 3 museos, tantas cosas que ver, hacer y degustar, dejarán esas historias para otro fin de semana.Aunque inicialmente se quería recorrer el Paseo, más allá de la explanada de los 3 museos, tantas cosas que ver, hacer y degustar, dejarán esas historias para otro fin de semana.
Boulevard Acapulco
Monterrey Sur
Su principal función es ser uno de los caminos que cruza una loma para conectar dos de las principales vías al sur de la ciudad: Garza Sada y Lázaro Cárdenas. Esta calle cruza áreas residenciales de Brisas y pone a disponibilidad de todos, cafeterías, restaurantes, taquerías y puestos de comida corrida. En esta ocasión, me di una vuelta por el Happy Dog para probar la hamburguesa más pedida y después fui por un cortado al Coffee with Aliens, donde platiqué con los baristas Toño y Candy sobre el café de alta especialidad.
Redacción Adriana Montemayor, Fotografía Martha I. Dávalos.
Sobre el boulevard y subiendo la loma por el lado de Av. Garza Sada, no hay demasiadas opciones culinarias, ya que en su mayoría es área residencial. Una de ellas es el café Boulevard 10 que ofrece paninis, crepas, almuerzos, meriendas y café. Aún no he tenido la oportunidad de ir, pero me han contado que el ambiente es agradable; tiene libros y juegos de mesa. También está Bongoos, un bar donde transmiten los partidos de fútbol, mientras se puede comer alitas y disfrutar de una buena cerveza.
Una vez que se llega a la cima de esta pequeña loma, comienza el descenso y la oferta gastronómica se multiplica. A primera vista, hay un pequeño local con asadores, que visité varias veces cuando era niña con mi papá, donde venden paquetes de arrachera y sirloin. Este lugar se llama Arracheras Big Food y tiene también disponible pollo, mollejas, salchichas, costillas, guacamole, queso fundido y papas asadas. Aunque su fuerte es el servicio a domicilio, también se puede tomar la orden y llevar los paquetes. A un lado, está la sucursal Brisas de Zitla y Zicatela, reconocida por sus opciones de comfort food y su cerveza a precios accesibles, y en ese mismo complejo, por la mañana, abren los Clásicos Pancho de Rigo con su tradicional salsa verde. Siguiendo por la calle y desde agosto del año pasado, El Lindero abrió su segunda sucursal en la ciudad, trayendo el sabor huasteco a esta zona. También hay otra sucursal de Todo Empanadas y de Xawa Pizzería Mexicana, antes conocida como Luigi’s Pizza.
Para comer en esa tarde de domingo, llegué al Happy Dog, un restaurante familiar petfriendly que me gusta por su ambiente. Aunque ya había probado los boneless que tienen en promoción, esta vez le di una oportunidad a la hamburguesa más pedida: la WTF, en su presentación Classic de 190 grs. Es de carne de res, complementada con un mix de quesos (de esos que le das la mordida, y se estira el queso derretido de la forma más hermosa y deliciosa posible mientras se escucha de fondo Beyond the Sea de Frank Sinatra), salteado de champiñones, jamón, chile serrano, tocino y aguacate, acompañada con papas en gajo. Al terminarla, creí entender el porqué de su nombre. Por un momento, terminé muy enchilada pero de un minuto a otro la sensación simplemente se fue. Fue un poco raro, pero muy diferente y recomendable.
A diferencia de las cadenas de hamburguesas, los alimentos son cocinados en su grasa original sin aceite adicional, y en general, los platillos se hacen al momento con ingredientes y verduras frescos.
Valeria Contreras –cajera del Happy Dog– me contó que a cinco meses de entrar, lo que más le gusta de su trabajo es el ambiente tranquilo y relajado. Por su parte, Jonathan tiene apenas tres meses como mesero y considera que la zona es lo que hace al restaurante tan accesible, a tres años de su inauguración. Cuando más se llena es los fines de semana y cuando pasan partidos. Con tanta competencia en la zona, Jonathan considera que la atención, la rapidez y el sabor son los puntos más fuertes del restaurante. Le ha tocado atender a todo tipo de clientes, desde amables hasta otros que no tanto, pero le gusta siempre dar la mejor cara. Según su experiencia, Valeria cuenta que los platillos favoritos de los clientes son la hamburguesa WTF y el Chicago Dog. Al ser un restaurante pet-friendly, un reto que han tenido es el de pasar con las charolas de alimentos entre algunos perros inquietos, o bien, cuando se les pone en lugares que dificultan la pasada, pero esto no los ha detenido para recibir a ellos y a sus dueños también en el interior del lugar, siempre y cuando su comportamiento no afecte al resto de los comensales.
Al salir del Happy Dog, busqué un retorno para poder llegar por un café justo del otro lado de la calle. Antes, pasé por un lugar compartido de antojitos mexicanos y tacos al carbón que estaba lleno llamado La Troje y Mr. Alambres, luego un Helados Sultana (rojo) y tomé la glorieta de Blvd Acapulco en Lázaro Cárdenas. Del otro lado, está la primera sucursal de Santa Bárbara que, en mi opinión, es de los mejores lugares que hay en la ciudad de cocina mexicana. Las porciones son grandes y su decoración toma como referencia la Época de Oro del cine mexicano. A un costado, se encuentra La Famosa, que vende jugos naturales, ensaladas y sándwiches; del otro, un puesto en una plaza donde por las noches venden tacos y frijoles a la charra conocido como Tío Tom. De lado izquierdo de este lugar, está la sucursal Lázaro Cárdenas de Spike’s Burgers & Alitas, cuyas Buffalo Fries son de mis favoritas pa’ picotear, como dicen ellos.
Después de dar la vuelta en U, me encuentro ahora tomando el lado sur de Blvd Acapulco. En Plaza Las Torres, hay una sucursal de Subway, otra de Pizza Hut, y otra de los tradicionales elotes y troles de La Purísima, sin olvidar la pescadería Don Arturo. Detrás de este sitio, está la sucursal Brisas de las pizzas Capricciosas, conocidas por la fineza de su masa, así como el Just Sushi para los que prefieren la comida japonesa. Más adelante, Coco –una tienda de artículos de fiesta y dulcería- resalta por su color amarillo, así como por las pelotas y juguetes colgados de su fachada.
Por fin, llegué al Coffee with Aliens, que me había llamado la atención tanto por el nombre y por comentarios entre mis amigos. Pedí un café cortado -que me entregaron con una barrita deliciosa de ajonjolí con miel- y estuve platicando un buen rato con Toño y Candy, que antes trabajaban en Puebla y Ciudad de México, respectivamente, sobre el lugar y las bebidas que en él se pueden encontrar.
Toño explica el origen del nombre: “Cuando un cliente me pregunta, yo les digo que ellos son los aliens, porque en su origen latino la palabra significa “extraño o desconocido” y éste es el lugar donde los aliens se conocen y nosotros los conocemos”. Aunque es un concepto americano, el origen de sus granos de café, siempre es mexicano.
El local abrió apenas hace cinco meses y su equipo operativo está conformado por ellos y Luis, otro barista. Las bebidas que más les piden es el americano, cortado y el Área 51, versión capuchino frappé con dulce de cacahuate. Este lugar representa una cafetería de alta especialidad, es decir, que el enfoque siempre es en el grano de café. No manejan ningún tipo de endulzantes o jarabes porque el café debe hablar por sí mismo, según me cuenta Toño.
Siguiendo el protocolo de especialidad del Specialty Coffee Association of America (SCAA), se han ajustado a determinados parámetros para la preparación de la bebida como temperatura o cantidades, así como atención al cliente. Por otro lado, la oferta de alimentos es limitada por la naturaleza del negocio. No obstante, al concentrarse en la temática del grano, también manejan drippers y otros artefactos que permiten extraer el café de forma manual. También se imparten talleres para que las personas aprendan desde cómo prepararse el café hasta cómo seleccionar los granos.
Por otra parte, Candy me explica sobre las clasificaciones: café gourmet, café de altura (como el que se encuentra en el supermercado), café de buena calidad para procesos muy comerciales (cadenas) y el café de especialidad. Este último es manejado en pequeñas cantidades; su origen es muy específico y el barista debe conocer la trazabilidad, es decir, características como, por ejemplo, quién es el productor, qué zona es, cuál es su altura, qué propiedades tiene el suelo, qué plantas estaban junto al café y su beneficio o perjuicio al tenerlas cerca. Al trabajar en fincas, Candy conoce muy bien todo el proceso que hay detrás de la bebida y considera (y me hace ver) que el universo del café es inmenso.
Ahora supe, gracias a ellos, que el grano del cortado que tomé es de la variedad de Pluma Hidalgo en Oaxaca. Sobre él, Candy explica: “En lo alto de la montaña descubrieron que podían plantar café. Se adaptó el terreno y esperaron dos o tres generaciones para ver si había funcionado, y se dieron cuenta de que el grano era bueno. Tiene una acidez y cuerpo medios y su cosecha es muy rendidora”. En su consideración, este grano representa la parte intermedia entre los más consumidos en México: el de Veracruz, intenso en acidez y un punch de sabor, y el de Chiapas, suave y con una acidez más floral/cítrica.
Después de platicar un rato, concluyeron que el consumidor mexicano todavía está ‘verde’ en cuanto a consumo de café de especialidad. Por lo tanto, la ventaja, tanto de conocedores como de no tan expertos, es que baristas como Toño y Candy nos pueden orientar para así disfrutar de la mejor manera nuestro café.
Pueblo Serena
Valle Alto, Carretera Nacional
A un costado de la Carretera Nacional se encuentra este pequeño y bonito lugar donde, además de respirar un buen ambiente, tienes la oportunidad de disfrutar de exteriores, una arquitectura de primer mundo y, lo que a nosotros nos compete, gran variedad y calidad gastronómica.
Redacción y Fotografía Residente
Así las ocho de la mañana y las actividades ya tienen rato de haber empezado en Pueblo Serena, aquel lugar sobre la Carretera Nacional, al sur de Monterrey donde a pesar del calor que pueda llegar a hacer en el día, las mañanas son relativamente frescas por la ubicación de la que goza la plaza, esto te da la sensación de estar en otro lugar. Aquí no hay tráfico, la gente sonríe amablemente y se respira un ambiente calmado. Las “tragedias” de ciudad, allá se quedaron, en la ciudad. Pueblo Serena, es bastante acorde a su nombre, “pueblo”, donde todos se conocen, todos cooperan y todos son parte de una comunidad. Si bien no es ley que todos se conozcan, al menos siempre verás caras que te parecerán conocidas y cómo no si éste es su objetivo, un ambiente familiar. Papás, mamás, tíos, abuelos, niños y niñas todos conviviendo en un lugar donde el ambiente es muy sano, casi inocente.
Pasan los minutos y ves cómo de poco en poco van abriendo sus puertas los locales y negocios que ahí se encuentran, el gimnasio ya lleva tiempo que empezó actividades, pero de pronto la tienda de jugos prende las luces, la mercería, la de los regalos, los bancos empiezan a tener más flujo de gente y los restaurantes desprenden aromas de los que te vas antojando, pan recién hecho, pasteles y postres, el café de la mañana, esos olores que disfrutas por la nostalgia que te traen, los recuerdos que revives y de pronto y cuando menos te das cuenta, la plaza ya está despierta.
De entre las propuestas que Pueblo Serena ofrece, sus calmados pasillos y los lugares donde puedes sentarte a ver pasar el tiempo, encuentras el Instituto Roccatti y quién mejor que Aldo, como locatario de Serena, para platicarnos un poco más acerca de este “valle escondido” entre la arquitectura y su gente.
Platicando con Aldo Roccatti
Pueblo Serena en sí tiene un concepto bastante familiar, te hace sentir un ambiente cálido, muy hogareño desde que llegas, tanto por la arquitectura como por sus empleados, los guardias son maravillosos, siempre te saludan, la gente de limpieza también, y eso ayuda bastante a ese concepto familiar que han querido formar, junto con la parroquia, también tienen un gimnasio bancos, comercio de todo tipo y el área más atractiva para las familias es el parque, el cual está rodeado de todos los restaurantes del lugar.
Tienen en el parque escultura, juegos, areneros, todo para que una familia, chicos y grandes puedan estar pasándola muy a gusto y que sea un día diferente sin caer en la rutina.
En cuanto a la opción gastronómica hay realmente de todo, para desayunar rico está harina, La Crepe de Paris para echar el cafecito y comadrear un poco, El Broxton para gordear un poco, el Applebees que nunca falla con los niños, igual si vas a hacer negocios o traes un antojo diferente, hay para todos.
En sí todo el ecosistema que se ha formado ha sido en miras a cumplir los gustos de todos, que se pueda vivir realmente un ambiente familiar y que se haga una comunidad muy padre dentro de Serena, hay constantemente eventos. Como locatario es muy conveniente todo esto y estoy seguro que a la gente del sur y a la comunidad le ha encantado esto.
Ferias, mercaditos, aquí está “Puebleando con Serena” y traen propuestas de producto local, artesanos y microproductores. Es un lugar muy padre para ser locatario y ser huesped. Hay de todo para pasarla bien, iglesia, cine, bancos, office y home depot, soriana 24hrs e incluso cerca hay un Costco aunque está a un lado de donde nosotros estamos.
Entre semana es más tranquilo, ves a la misma gente, los residentes usuales, señoras amas de casa, niños y demás. El fin de semana se llena un poco más, las familias circulan bastante a gusto y cierran la calle principal para que la convivencia sea mayor, también ponen sombrillas para tener dónde esconderse del sol, aun así, hay bastante vegetación y elementos naturales.
Las horas de mayor flujo son la media mañana y la media tarde, el cafecito por la mañana y los negocios a media tarde, hay buenas propuestas que se prestan a esto, para comadrear y para la chaviza, sí hay bastante actividad e incluso por la noche hay mucho movimiento en los restaurantes del tercer piso, que serían “los de manteles largos”.
Roccatti como locatario está de lunes a sábado, tratando de ofrecer cursos distintos a los que hay en el resto del mercado, incluso que los que se imparten en Roccatti de Centrito Valle, tenemos chefs invitados y lo que lo haría distinto a lo que hay en San Pedro es básicamente la plaza, muchas veces se aprovecha bastante en un descanso poder tener más propuestas para pasar el tiempo. A mi me gusta de vez en cuando salir de la oficina, salir a pasear, ir por un café, los fines de semana ir a la parroquia y convivir.
Junco de la Vega
Zona Tec, Monterrey
Seguimos al sur de la ciudad, pero ya nos acercamos un poco más al centro, esta vez transitando por Garza Sada. Toca el turno a Junco de la Vega y las propuestas que ofrece tanto a estudiantes como residentes locales. Pareciera que lo que más abunda son lugares para desayunar y pasar el tiempo entre clase y clase, pero si le buscan bien, habrá algo que les hará asomarse y llevarse una grata sorpresa.
Redacción y Fotografía Residente
Con el sol a cuestas y los transeúntes pasando por las calles, se deja entrever la calle de Junco, tal como le llaman quienes residen por la zona. A simple vista y, como por lo general uno lleva prisa cuando pasa por ahí, pasan algo desapercibidos los restaurantes y establecimientos. Ya sea que vayas caminando y con mucha hambre, la propuesta gastronómica de la zona es tan sencilla como variada. Y cómo no, si la calle es cuna de cuanto estudiante ha pasado por las puertas del Tecnológico de Monterrey. Mientras escaneas el camino puedes toparte con muchos lugares para desayunar, burritos, tacos, tortas, comidas corridas que seguramente en tiempo de escuela son abarrotadas por el sin fin de estudiantes que habitan la zona. Estos mismos lugares al mediodía se preparan y cambian de menú para poder abastecer al siguiente turno deseoso de comer alguna delicia.
Es muy variado el tipo de comida de entre lo que puedes encontrar, pero si quieres ir a la segura y sorprenderte por lo general para bien, puedes optar por comidas corridas. Los tacos no fallan y hay una gran variedad, los que resaltan entre el asfalto y el reflejo del sol son los de Los Naranjos, si vas caminando de norte a sur, y más pegado o cercano al Tec, encuentras a la famosa y tradicional Rosa Náutica.
Entre una y otra taquería puedes ver Chefs y Los Burritos, pero si pones especial atención, podrás encontrar un lugarcito, que además de agradable a la vista está muy ameno para llegar a desayunar, comer, tomar un postre o pasar el rato. Este es Patio Sur, el establecimiento pudiera decirse que es un colectivo, como los que ya andan medio de moda, pero son emprendedores que quieren empezar a hacer cosas y hacerlas bien. El lugar consta de tres espacios donde está el desayunador “Comala”, la postrería “Aluna” y el restaurante “Gramo Grill”. Su horario es de 9 am a 3:30 pm y siempre te reciben con amigable camaradería.
Residentes de Junco
Platicamos con Andrés Odriozola, propietario de Comala, uno de los conceptos que están dentro de Patio Sur en la zona del Tec, lo que hacen ellos es comida mexicana, especializados en desayunos y platos fuertes, pero sobre todo mexicano. Ellos están de martes a domingo hasta las 4 de la tarde. Algo de lo que comentó es que ellos al momento de pensar en el restaurante y el lugar, quisieron enfocarse sobre todo en la experiencia, para darle una vibra de espacio abierto e informal y sea antojable pasar a visitar.
Tienen cuatro meses de haber abierto las puertas al público y cada vez van haciendo mejor las cosas. Empezaron con un localito en el centro, por la calle de Washington, por ahí por donde se localiza el periódico El Norte, pero entonces solo vendían chilaquiles y el servicio era solo para llevar. Teniendo esto como experiencia y habiéndose juntado a platicar con la gente de Grill y de Aluna, decidieron buscar un local, pero no querían lo típico delimitado, con una cantidad “n” de metros cuadrados para existir, sino que buscaban algo más “privado” o algo más de ellos, poder decorarlo de la manera que quisieran. Respecto a esto podríamos decir que lo lograron, está muy bien esparcido el local, espacios abiertos y acompañado de plantas, sobre todo muy bonito. Mauricio, el hermano de Andrés, que es arquitecto fue quien más les ayudó en ese aspecto.
Hablando en tema ya de gastronomía, también nos compartió que es perfecto tener una cocina más grande, tienen más personal y ahora pueden experimentar un poco y ofrecer platillos un poco más variados al público. En desayunos hay chilaquiles, omelletes, hot cakes, para lo fuerte hay enchiladas y tampiqueñas, hay pollo en mole y taquitos de chicharrón de la Ramos, por lo general son cosas que a ellos mismos les gustan, pero no dejan de abrirse un poquito a los gustos de la gente que trabaja por la zona.
Ellos son chavos que viven por la misma zona, en la colonia Roma, un rumbo muy familiar y sobra decir que estudiantil. Han estado y conocen el lugar de toda la vida y están muy a gusto puesto que es muy de ellos, zonas con identidad marcada y que comparten valores con la gente.
Además de los rinconcitos que hay en Junco de la Vega, la industrialización también se ha dejado ver ya desde un buen tiempo, por un costado de la calle tienen el Paseo Tec, donde encuentras ya casi de todo y más porque es un espacio dedicado a esto, por supuesto están las propuestas de cada plaza, un Starbucks, el Mirai, Doña Tota, un Carls, Helados Sultana, restaurantes más casuales a dónde poder ir a sentarse más en forma a comer.
Por esto y más, a veces cae muy bien desaparecer tantito y visitar rinconcitos como el que ofrece Patio Sur en Junco de la Vega, unos taquitos de la Rosa Náutica o de Los Naranjos y por qué no, hasta unas ensaladas y comidas corridas.